¿Y por qué negarlo? Porque está demostrado que somos fervientes negadores cuando las pruebas dicen que somos exigentes controladores. Porque no saber delegar es un destilado de aspectos relacionales, educacionales y emocionales que forman diques de contención en las empresas. Llevamos décadas hablando de delegar y bromeando a la vez que en nuestro país no se estila, cuando de lo único de lo deberíamos reírnos durante años es de los chistes porque para eso son creados. ¿Y qué nos marca como incapaces de delegar? ¿Qué nos mantiene amarrados al control de todo lo que hacemos? Podríamos hablar de la confianza. Nos cuesta mucho encomendar algo a alguien en quien no confiamos aunque sea en grado mínimo pero la confianza, como muchas cosas en la vida, tiene dos caras por lo que la coges o te coge. Confiar en una persona y sus capacidades no siempre es menester del confiado sino que lo es del confiador. Y aquí entra un juego de equilibrio difícil de asimilar y gestionar, donde la opinión de cada uno parece dogma y la propia autoestima juega malas cartas. Y cuando parece que los cánones profesionales del entendimiento y el trabajo a desarrollar deberían entrar en juego para dejar la partida en tablas y permitir una activación tendente al desarrollo de la tarea, aparece de pronto el amenazador azote de la rancia y corrosiva jerarquía empresarial mal llevada. Porque si al final las cosas se hacen como dice uno porque de los dos, ese es el jefe, ¿de qué sirve la experiencia, el conocimiento, la planificación, la cronología del hecho y el potencial y buscado éxito del resultado? ¿Y de qué sirve ser profesional si al final el que “está por encima”, fea expresión donde las haya que recuerda las más oscuras épocas históricas de represión decide apelando a su ego personal cuándo debería decidir exhibiendo talante profesional?. Porque al final, sentirse por encima de otro y actuar en consecuencia no es una cuestión de jerarquía profesional, es un problema de escasez notoria de liderazgo natural. También podríamos hablar del miedo, esa emoción ancestral, esculpida en la genética, que salvaba vidas en las cavernas y que sigue haciéndolo hoy día en momentos de quebranto de vida, pero… ¿alguien se siente en quebranto de vida en su oficina? ¿Alguien sigue trabajando en una caverna expuesto a un depredador? No verdad, ¿entonces a qué tanto miedo? Y no me refiero al antes citado de jerarquía de empresa en bajada sino al inverso, el que surge al que da las órdenes cuando entiende que el profesional que tiene delante de él aunque un escalón por debajo en un esquema de papel, demuestra capacidades más propias de su puesto que del que desarrolla. En esos momentos se escenifica el acoso del depredador justo al salir de la caverna, en esos momentos muchos “jefes”, desnudos de capacidad ante la capacidad manifiesta optan por entrar en la caverna, al amparo de la oscuridad. Aislamiento, problemas de comunicación, irascibilidad por mengua de facultades, desacreditación gratuita en pos de acreditación propia y desconexión son algunos de los resultados sintomáticos de ese miedo tan antiguo como el hombre, lo que sin duda redunda negativamente en el avance de proyectos y acciones profesionales. Y no podemos olvidar la incongruencia auto impuesta, ese feedback negativo amado por la incomprensión y amante de la controversia y alejado, cual polo magnético opuesto, del sentido común. Otorgar la potestad de ejecución y la responsabilidad de resultados de una acción en un profesional cualificado contratado para ello es la esencia del desarrollo profesional. Entonces, ¿qué induce al promotor a convertirse en verdugo de la acción en lugar de ser garante de la misma? ¿Por qué en un momento dado recupera las riendas de la cuadriga cuando tiene al más experto auriga haciendo uso de ellas? Auto imponerse como prescriptor un proceso inverso al recibido por el prescrito cuando éste está capacitado al máximo para la acción es un campo sembrado por la falta de confianza y el miedo antes citados donde germina la incongruencia. Ello dibuja situaciones de elevado riesgo profesional por cuanto toda la estructura de comprensión de desmorona y los canales relacionales se interrumpen. La incomprensión del emisor genera incomprensión en el receptor lo que provoca una vuelta al origen siendo el resultado nefasto para el éxito. Y casi peor que interrumpir el flujo entre ambos es la famosa duplicidad de tareas donde una sola función es llevada a cabo por dos personas donde uno no sabe y decide y donde el otro no decide aun sabiendo. En definitiva, la confianza en los demás impregnada de la confianza en uno mismo, aderezado todo ello con conocimiento, una pizca de liderazgo natural y unas gotas de talento y creatividad cocinan productos orientados al éxito, donde la delegación de procesos y procedimientos es natural y donde el reporte de evolución y el análisis de resultados son capaces de convertir una idea en un resultado medible y rentable
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