No lo dicen pero es lo que piensan muchos empresarios cada noche cuando reposan, por fin, su cansada cabeza en la almohada y se encuentran en ese momento del día en que uno no puede engañar a nadie, y menos a sí mismo. Es ese momento donde la etología humana nos recuerda que vivimos por décadas en las cavernas, haciendo que la noche sea el momento estratégico de aparición de todos los miedos posibles, y ahí en solitario es cuando uno entiende que debe cambiar. ¿Pero al llegar día siguiente se cambia? Siguen siendo tiempos donde los visos de mejora son poco visibles o lentos en demasía según la necesidad diaria de las empresas. Es cristalino que confiar en que nuestros dirigentes nos mantengan a flote es tan absurdo como creer en Campanilla y que hay competidores nuestros que sí se están dando cuenta que hay que cambiar de verdad. Es por ello que no queda más remedio que abandonar la queja y abonarse a la acción. Debemos dejar de forzar falsas demostraciones de que nos va bien, comernos el orgullo, sustituirlo por la coherencia y ponernos manos a la obra en nuestra empresa que es nuestro segundo hogar y para muchos, el primero. Reconocer la verdad del momento no es ser victimista y además es imperativo hacerlo porque sólo adquiriendo conciencia de la profundidad del lodazal en que estamos inmersos seremos capaces de hacer pie para salir de él. Y la realidad es que vivimos en un país que penaliza de forma surrealista el no tener éxito cuando en realidad llevamos años en situación de quiebra. La deuda pública y privada ha crecido hasta extremos casi imposibles de entender y menos de solucionar y muchos empresarios, por no desvelar cómo de bien les van las cosas ante un miedo al “qué dirán” rancio y arcaico, son capaces de engañarse y engañar por sistema sin ver el daño que se están haciendo. Hay infinidad de ejemplos que apoyan la teoría que «ser dueño de algo» no es, en absoluto, garantía de éxito. Las empresas son instrumentos para generar recursos económicos y son como los hijos, si los malcrías o los dejas de lado, cuando sean adolescentes e incluso adultos vamos a tener muchos problemas con ellos. ¿Entonces por qué encontramos empresarios, y no pocos, que piensan que lo saben todo y que no necesitan a nadie? ¿Es posible que personas increíbles que han levantado un negocio desde la nada pongan en riesgo de sacrifico real a su empresa por no entender y admitir que los tiempos le superan y que necesita un cambio? Esto no se acaba, lo que pasa es que sigue de otra forma. En 2013 quebraron casi 10.000 familias y empresas en nuestro país, un 6,5% más que en 2012, lo que supone que cada día 26 personas responsables de un negocio sufren un trauma, viviendo ese sufrimiento todos y cada uno de sus seres queridos. Entonces, ¿por qué evitamos comentar estas cifras y reflexionar sobre ellas? Es curiosa la reacción de muchos empresarios cuando se les cita el coaching, Internet, el marketing emocional online, la gestión del tiempo, el liderazgo, el trabajo en equipo, la conciliación o la igualdad y un largo etcétera de nuevos aportes al modelo de negocio. Porque por norma se repite una frase que subsiste a pesar de estar ya consumida: «las empresas más grandes ya tienen solucionados esos temas, pero eso no es para nosotros». Pero no, no es así. Su empresa forma parte del 90% de las empresas del tejido empresarial, de las que dicen que sostienen la economía del país. Y por tamaño de empresa necesitan mucho menos para obtener mucho más. Incluso en determinados campos pueden ser capaces de acercarse competitivamente, aunque sea en temas puntuales, a las más grandes que, en realidad, juegan en otra liga. Es momento de ser valiente sobre todo porque ¿a qué puede temerse más que a perder el negocio? Es tiempo de reconocer que nuestras empresas tienen presente y futuro pero que no podemos seguir haciendo las cosas de la misma forma, que no podemos dar la espalda al conocimiento, a la tecnología, a Internet y a los nuevos modelos de diversificación de concepto. Vamos camino de 2016 y escuchar decir a alguien que no vende nada y que está en riesgo de cierre para oírle dogmatizar poco rato después y en clave de docto experto, que “eso de las redes sociales es para críos de instituto”, le pone a uno los pelos de punta. Gabriel García Márquez postuló que “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”. ¿Listos para aprovechar todas las oportunidades? Este es el momento
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