Todos hemos sido jóvenes, ahora lo son nuestros hijos, pero la juventud no es la misma. La carga genética suele tardar generaciones es moldear cambios adaptativos pero la tecnología es diferente hasta en eso. Los jóvenes que navegan entre los 16 y 25 años pueden considerarse la primera generación con herencia tecnológica real ya que somos sus padres, los que nacimos en un mundo sin ordenadores personales, teléfonos móviles o tablets y desarrollamos nuestra adolescencia entre ordenadores que tenían 16 Kb de memoria RAM, los primeros que tuvimos el placer de escribir código en casa o jugar a consolas. Los adolescentes de ahora parece que incluso son talentosos para la tecnología aun cuando sus padres no hayan sido amigos de la misma. Cuanto más tiempo pasa mayor es el número de jóvenes excelentes que cultivan Youtube con sus vídeos o dibujan con tableta gráfica y ello es porque cuando se alía la juventud y el talento, el mundo les deja pasar. Y la capacidad que tienen de estudiar y trabajar al mismo tiempo es asombrosa ya que nadan en las mismas aguas, sólo necesitan un dispositivo digital con conexión a Internet para ser multitarea. El fenómeno de los youtubers, en creciente ascensión, es decreciente en edad apareciendo cada vez más talento en vídeo. Twitter es otra cuna de jóvenes talentos que aprenden a expresarse en 140 caracteres cargando de enorme sentido sus aportaciones. Y las herramientas digitales de diseño gráfico e ilustración como Photoshop o Paint Tool SAI permiten desarrollar toda la creatividad que alguien con talento en las manos para llevar trazos a término, tiene. ¿Y qué pasa con la empresa? ¿Qué atención se presta a la juventud con talento cuando ya están en edad de trabajar? En realidad, ninguna. Es muy triste vivir rodeado de empresarios y responsables de algo que no son capaces de entender el talento de una persona sólo porque tiene 17 años, rebajando sus expectativas profesionales de base alegando falta absoluta de experiencia y rodaje. Es lamentable escuchar a un empleado que lleva 20 años retozando en un puesto decir “cómo va a saber trabajar si yo puedo ser su padre”. Pero basta rascar un poco, muy poco, en la superficie de la empresa y en las capacidades de sus empleados para sentir vergüenza, y mucha. Porque muchas de esas personas que rebajan a un joven por su edad no son capaces de entender su día a día en la empresa. Porque muchas no diferencian un proceso de un procedimiento, no entienden que posible no es lo mismo que probable ni han pensado nunca que usar indistintamente efectividad y eficiencia les convierte en analfabetos de este siglo. Y siguen sin saberlo. Y no, no estamos exagerando, que la penetración de la tecnología sea elevada en un país no significa que sus usuarios sean conocedores de ella a pesar de tener que usarla. Hay países con una alta densidad de coches y la tasa de accidentes en ciudad indica la escasa capacidad de conducción de sus usuarios. Perder el sentido común y dejar de lado valores y principios se ha convertido en un clásico hoy día. Parece que cualquiera puede decir lo que le plazca sin miedo al ridículo pero no hacerlo sino porque no se da cuenta que lo hace. Y al extremo no es por hacer el ridículo, que puede parecernos más o menos importante, es porque la inmensa mayoría de ellos piensa que acaba de sentar dogma con la estupidez que acaba de plantar. La empresa debería empezar a acariciar el talento de la gente joven porque en un lustro serán sus empleados. O quizás no, porque el talento está huyendo desde hace años de un tejido empresarial sembrado de “impresionantes empresarios” que están hundiendo los negocios levantados a golpe de sudor por sus padres, que están en recta de meta hacia demandas legales por expoliarse a ellos mismos o simplemente están dejando morir el negocio por una reverberante falta de capacidad conductual y conductiva. El talento está ahí, innato e incipiente, esperando ser demandado, detectado y desarrollado. Ejemplos los hay de todos los colores, para muestra un botón, pero la detección del talento es un puzle con una pieza clave que sin ella no tiene solución: hay que saber entenderlo para poder detectarlo. El talento viene dado de muchas formas y hay que saber identificarlo. No es necesario ser talentoso para saber verlo pero sí hay que poseer el menos común de los sentidos, el sentido común. Se espera que la empresa venga dotada de talento pero no, no como queremos que sea ni como lo atesoran nuestros jóvenes. Es muy probable que el mundo que les dejamos después de esta crisis necesite de su talento pero no es menos cierto que es ahora cuando la empresa debe armarse de valor y entender que cuando la juventud y el talento se alían, los que leen el periódico en horario laboral o se entretienen con el Whatsapp cuando el jefe sale de reunión, deben apartarse.
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