Levante la mano la persona que NUNCA se haya tomado una
selfie. Honestamente, creo que deben ser muy pocas. Y con esta reflexión de hoy, no pretendo hacer un estudio sociológico profundo del mundo actual, pero sí quizás un punto de vista de este fenómeno que creo que define el rumbo de esta sociedad contradictoriamente antisocial que vivimos en la actualidad. Es de llamar la atención la popularidad de las famosas
selfies. Tanta, que las vemos en comerciales de tele, anuncios impresos, hemos escuchado varias canciones con ese título e incluso, hasta hay un programa de televisión que se llama así, no sin mencionar la ultra famosa
selfie de Ellen DeGeneres por poner sólo un ejemplo. Admito que yo mismo me he hecho algunas. Claro, si lo critico quiere decir que tal vez el 5% de mi
timeline de
instagram sea un
selfie (en una de esas, hasta menos) es decir, casi no me tomo
selfies. Como todo en la vida, me parece que la cuestión es el balance y la seriedad que se la da al asunto. No creo que esté mal tomarse una de vez en cuando, para divertirse pero el hecho de vivir para las
selfies y tomarlas como punta angular de la vida empieza a ser una enfermedad. Y también es pertinente apuntar la diferencia que veo entre una
selfie y un retrato. Para mí, una
selfie es aquella foto en donde se nota el brazo de la persona que aparece a cuadro. O bien, que está tomada con un artilugio especial (
selfiestick) que opera como la extensión del brazo del que aparece en la foto. A mi parecer, cuando se le pone
timer a la cámara y no se utiliza ninguna extremidad propia, cae en la categoría de auto-retrato y eso ya es otro tema, para otro
post. De las
selfies me molesta mucho más el lado egocéntrico que el documental, porque estoy seguro que una selfie se puede tomar por mil razones. No entiendo la superficialidad de la
selfie típica: es decir, la de cara directa a cámara con boca chueca y lengua de fuera tipo “mírenme soy una llama” o “mírenme soy Miley Cyrus” que, para efectos de IQ es exactamente lo mismo. O la de trompita parada como si estuviera a punto de besar a alguien (
duckface) – que cabe aclarar se ve miles de veces mejor en una mujer que en un hombre – (los hombres que hacen
duckface no tengo idea qué están pensando o si de plano, están pensando algo). No la entiendo porque creo que esta modalidad es meramente egocéntrica y narcicista. Simplemente dice: “mírenme, acá estoy” y no comunica nada más. No hay sustancia, no hay un monumento detrás, un logro o un evento. Sólo la persona. Yo, yo y más yo. La frivolidad en su máxima expresión. O sea: Kim Kardashian. “Me urge enseñarte lo guapa/o que estoy y que miles de personas que ni me conocen me den
like y comenten en la foto”, parece que dice quién recurre al uso excesivo de esta modalidad. Muestra inequívoca de que nunca la abrazaron de chiquita, nunca le dijeron te quiero, nunca le acariciaron su pelito y jamás tuvo un cachorrito para jugar, entonces, basa toda su autoestima en que un chingo de desconocidos le digan lo maravillosa que es. Y me imagino que si no le dan un
like o un comentario, ahí va una abolladura más a su ya de por sí dañada autoestima. Hay quienes afirman que la proliferación de este tipo de
selfies en las redes sociales son una señal de que cada vez nos aceptamos más como seres humanos y aceptamos mejor nuestros cuerpos. Ok, de acuerdo, pero otra vez, el uso en exceso, no ayuda a que por ejemplo, a la mujer, se le siga viendo como mero objeto sexual y que muchísimas adolescentes, crean que sólo por su apariencia física valen como seres humanos. Y ya lo dije, no voy a satanizar a los selfiemaníacos, pero creo que sí hay un rollo de baja autoestima, narcisimo y necesidad de aceptación medio enferma alrededor de esta acción. Como decía hace rato, la finalidad con la que se toman estas fotos pueden tener miles de razones. Yo la que considero más aceptable es la que persigue un “momento periodístico”. O sea: la persona quiere documentar “ese momento especial” que está sucediendo en determinado lugar y siente la necesidad de “salir a cuadro” para corroborarle al mundo que esa foto no es de un fotoperiodista famoso sino que efectivamente él está físicamente en ese sitio. Claro, esta modalidad, también tiene sus malos momentos cuando a) por la necesidad enfermiza de aceptación y “presumir el logro” la gente se pone en situaciones de peligro para poder obtener la mejor
selfie, acabando en verdaderas tragedias y b) el selfiemaníaco, sin importar lo que quiere documentar (que probablemente sí es algo importante para ella) le vale pito el valor histórico del evento y pone su mejor
duckface para aparecer bonito en la foto. Este
tarado tomándose una selfie con un toro detrás es sólo un ejemplo del inciso A. O estos otros ejemplos, (no sólo de
millenials) que perdieron la vida tratando de tomarse una
selfie para presumirle a sus amigos. Acá, un
par de ejemplos del inciso B del
“selfismo” documentaloso-me-valen-tres-toneladas-de-pepino-si-atrás-hay-alguien-sufriendo-yo-me-saco-la foto. Por último, esta ejemplificación de la pérdida de sentimientos y privacidad es una modalidad no tan nueva de la
selfie en donde el “sufriente” en turno, se toma la foto con el muertito y pone cara de “que mal me la estoy pasando”
“miren cómo sufro” para que todos mis amigos virtuales-que-nunca-me-han-visto-en-la-vida-sientan-lástima-por-mí-y-me-den-sus-condolencias-por-instagram.En fin, cada cabeza es un mundo y cada quién sabe las razones por las cuales se toman sus selfies y si subes una o mil. Yo por lo pronto, estoy feliz con mis fotos de nubes, comida, mis mascotas ocasionales y alguno que otro viaje. Tal vez no me amo lo suficiente como para postear una vez al día una foto de mí mismo haciendo el símbolo de “amor y paz” hacia la cámara y sacando la lengua como llama. Ahora, prometo buscar alguna tragedia para, en lugar de bajarme a ayudar, colocarme justo enfrente y poner mi mejor cara para seguir a la moda en esta sociedad hipernarcicista. Imagen cortesía de
iStock
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