Caminas por un centro comercial, tienes ganas de un postre, y un nuevo local llama poderosamente tu atención. “Qué bonita imagen, y las rebanadas de pastel casi casi gritan tu nombre”, piensas. Tu experiencia de marca comienza allí, desde el primer golpe visual. Y sabes que quieres más. Buscas que esto continúe, que te guíen, que te lleven al camino de la felicidad, y sabes que aunque costará un poco más, valdrá la pena (eso es parte del branding). ¿Y qué pasa? te recibe la encargada con cara de pocos amigos, viendo su celular, y como si le estuvieras quitando el tiempo. Casi puedes escuchar su plática virtual: “espera, llegó un cliente y tengo que atenderlo, ahorita que se vaya te sigo contando”. Esto es más grave de lo que parece. Hay gente que está arriesgando su patrimonio en este proyecto: dinero, tiempo, logística, y permisos para transmitir una experiencia. Y una sola persona pone en riesgo todo este trabajo. Y es que, aunque el producto sea de primera, la sensación de llegar a un lugar y ser ignorado o menospreciado, siempre será recordada como una amarga experiencia. Y es que, al final del día, de eso se trata cuando queremos crear marcas fuertes. No sólo nos debemos enfocar a lo visual, se trata de todo el entorno, y sobre todo, con el contacto directo. Todo cuenta, claro, pero el sentido humano es el que provoca mayor conexión con nuestro servicio o producto. El hacer sentir importante a la persona que va a consumir, el darle valor a su compra. Si está en nosotros, hagamos lo posible para que esta experiencia no sólo sea satisfactoria, sino que se vuelva única y memorable. Imagen cortesía de iStock
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