El hombre ha podido transformar y solucionar su contexto. Desde el inicio, tuvo la necesidad de buscar cómo sobrevivir, desarrolló habilidades, conoció y utilizó todo lo que le ofrecía la naturaleza. Con el tiempo, sus problemas se volvieron complejos. Aprendió a comunicarse y a expresar lo que sabía e iba descubriendo. Pasó de una era industrial a una era digital… El diseño, entonces, está implícito en la creatividad del hombre ayudándole a evolucionar. Se convirtió en un oficio, y lo hemos utilizado como una herramienta para estructurar y ordenar el entorno. Con esto, podemos asegurar que cuando hay ausencia de diseño, existe caos y existe porque sencillamente habría un vacío, una carencia de sentido, significado o valor. Veamos, ¿cómo sería un aeropuerto sin el diseño de una logística ágil o sin el diseño de la señalética para movilizar a tantas personas? Un caos. El usuario se sentiría perdido y peor aún, el lugar carecería de función y sentido. Es inevitable. Todo tiene que tener una lógica, seguir un proceso, cubrir un sentido pero sobre todo, una función que ayude al hombre a resolver determinados objetivos. Es aquí donde parte todo. Y cada objetivo se vuelve específico, o mejor dicho, cada problema es específico y se debe objetivizar. Por eso, es inevitable también que cada problema conlleve su propia solución y que funcione (o se interprete) de diferente manera. Es decir, el diseño se vuelve autónomo. Al ser autónomo, se transforma y asimismo, se ve proyectado en tres niveles: individual, social y cultural. En su primer nivel, empieza la percepción del objeto de diseño como tal, es un mecanismo individual. Es por eso que la audiencia lo personaliza (inevitablemente), lo interpreta, lo adopta como una “solución” que responde a su necesidad. En el segundo nivel, ya se ve insertado en un contexto social. Es decir, el campo ya no solo identifica necesidades individuales sino que identifica a los hombres y los agrupa. Veamos aquí rápido: una marca la identificamos por su servicio, está diseñada para transmitir y cubrir las expectativas de ese determinado servicio, pero lo que realmente hace servir o valer a la marca, es la interacción que logra la propia audiencia. Una vez que se logra, ya se insertó en el contexto social. Y ya para terminar, el tercer nivel, no solo identifica necesidades individuales y agrupa a los individuos, sino que también hace que se identifiquen e interactúen las sociedades y las proyecta como una cultura. Incluso para nosotros, inevitablemente es más que una “cultura visual” o “material”, es un esquema, un estilo de vida. ¿Lo ven? Con todo lo anterior, nos podemos dar cuenta que el diseño es tan inevitable como complejo. ¿Ustedes qué opinan? Nos vemos la próxima. Imagen cortesía de iStock
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