Benjamin Franklin dijo que “la peor decisión es la indecisión”. Nada más que decir, simple y concreto, directo a la base. ¿Por qué nos resulta tan difícil tomar decisiones? Por un montón de razones, sin duda, pero una de las que pesan más es la responsabilidad. Tomar una decisión es acertar o no, como muchas de las acciones de nuestra vida que juegan al 50% con la probabilidad del resultado, pero aun así decidir sigue siendo complicado de decidir. En la empresa, una de las cosas que más ponen en riesgo el sentido de responsabilidad de los profesionales es el desajuste de distancias, ese espacio que crea el aura de poder jerárquico que emana de sus superiores con los que deben despachar, a los que deben reportar y argumentar o justificar, dependiendo de lo que ese día se lleve en la mochila emocional y funcional. Es algo que nuestra cultura y sociedad empresarial creó hace décadas y que no sabemos cómo ha sido heredado casi sin cambio, cual mosquito fósil en un depósito de ámbar, subsistiendo en modo retrógrado en una época donde el hombre planea viajes comerciales al espacio. En líneas generales, somos sectarios seguidores de la jerarquía del miedo a través del poder, como si no hubiera otra forma de trabajar. Pero es que realmente en muchas, muchas empresas no la hay. Es obvio que si cada persona de la empresa piensa que sus argumentos son los únicos válidos, el modelo durará poco. Sin embargo, ése es un recurso permitido a los jefes y, cómo no, a los dueños de la misma. El consenso es una premisa esencial en la empresa y para ello, hay que tener sentido común. Es obvio que no podemos saberlo todo, ni siquiera un poco de todo y ejemplo de ello es que cuanto más aprendemos, más cuenta nos damos de lo poco que sabemos. Y aquí tenemos el contraste de la pregunta del título. Podréis preguntaros, en una empresa ¡quién se queja de que no le dejan trabajar? Pues no mucha gente la verdad, pero desde hace unos años, sobre todo desde que la tecnología e Internet ha invadido el día a día de las empresas, la estructura relacional con los nuevos perfiles profesionales digitales ha sido y sigue siendo muy inestable. He aquí los que piden que les dejen trabajar. Ejercer la responsabilidad de tu trabajo pasa por ser capaz de desarrollarlo en toda su amplitud, porque seguimos hablando de responsabilidad y sólo puede ser asumida sobre lo realizado. La disonancia cognitiva que provocan los nuevos canales funcionales de desarrollo en empresarios fieles a su forma de hacer, conducen a la frase: ¿por qué no me dejas trabajar? Ser disonante es muy humano, lo somos en más ocasiones de las que pensamos, incluso en las decisiones más simples, pero en empresa, las decisiones pueden ser asépticas y basadas por completo en las capacidades del responsable, lo que debería inducir a facilidad de decisión. Pero no. ¿Qué induce a contratar a un experto, responsabilizarle del desarrollo de un área que lleva tiempo estancada y al poco, condicionarle a que las cosas se hagan como se han hecho siempre? Equivocarse, entenderlo, contratar para cambiar y crecer, para repetir los mismos errores del pasado. Demasiada disonancia. La historia se repite una y otra vez. No aprender de los errores nos descalifica y pone en riesgo el desarrollo del negocio. Aprender de los errores y no dejar que el cambio nos abrace, pone en riesgo al negocio en sí. Existe una visible falta de coherencia entre actitud y acción. El conocimiento aplicado necesita transparencia, dinamismo y funcionalidad para ser eficiente. En el momento que algo ajeno al conocimiento entra en escena, amparado por emociones no activas en ese estadio o por el simple deseo de participar por imposición, se provoca un quebranto en el reparto de responsabilidades. Las personas podemos y debemos responsabilizarnos de nuestras acciones siempre y cuando sean responsabilidad nuestra. En la empresa, la responsabilidad sobre las órdenes recibidas descansa en el emisor de las órdenes, por eso es tan complicado hacer una composición de lugar con acciones donde no se vislumbra quién se hará cargo de un posible error a futuro. Entonces, con todas estas premisas, ¿por qué no me dejas trabajar? Confianza, confianza y más confianza. De ella se destila la delegación de tareas y responsabilidades consolidando así el crecimiento interno por optimización de tiempos. Si hay talento, si hay capacidad, si hay responsabilidad, qué sentido tiene estar pendiente de personas con esas características. Hay ejemplos que se basan precisamente en la confianza, la franqueza y el difuminado de la jerarquía, cuando el objetivo, es encontrar las mejores soluciones a acciones, aunque estén en estadios previos a la generación de un problema. Uno de los modelos más impactantes con los que me he encontrado es el BrainTrust de PIXAR, donde verdaderos maestros de la sinergia emocional-empresarial, nos muestran que la confianza es lo que mueve el mundo o lo sacude, según cómo se use. La empresa es una maquinaria que sólo funciona cuando todas las piezas rinden según su cometido y el lubricaje es correcto. Confiar, es lubricar un sistema que hoy más que nunca necesita de la responsabilidad profesional para reconvertirse y ver con esperanza y buenos ojos los años venideros.
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