Hace poco leí al filósofo de moda (si puede haber algo como eso) Byung-Chul Han. Él plantea algunas hipótesis interesantes en las que define a la sociedad moderna como una sociedad en la que reina la explotación del yo y la pornografía de la información, esto me sirvió como detonante para pensar en el tipo de personas con las que “compartimos” nuestro espacio virtual. En la sociedad digital en la que vivimos, podemos distinguir a dos clases de usuarios: el megainformado y el desinformado. El primero es aquel que vive obsesionado por la recolección de datos, lee todos los artículos, ve todas las series de televisión, está al tanto de cuanto evento hay porque su éxito depende de estar actualizado, aunque en su preocupación por optimizar su tiempo, se desconecte del mundo real. Por el otro lado tenemos al desinformado, aquella persona que goza de la comodidad que le permite perder tiempo. Se contenta con hacer parte del “Shitstorm” de la red, exhibiéndose a sí mismo y a sus cosas como una mercadería, sin percatarse de que está entregando su bien más preciado, su intimidad. Consume notas light y le grita al televisor, vive en un estado primario donde lo único que le importa es ser feliz aquí y ahora. Aunque cada uno es antítesis del otro comparten la falsa idea de que son libres, cuando en realidad el primero ha sido hipnotizado por el sistema para explotarse a sí mismo hasta el cansancio y el segundo es un idiota útil del mismo sistema. Hoy tu vida puede ser un trending topic en Twitter. Facebook puede ser un catálogo de personas e Instagram, es la ventana por la que todos te están espiando. Hemos sido víctimas de nuestro narcisismo. Nos hemos olvidado del otro y en el camino hemos creado múltiples yo. Uno es el yo trabajador, otro el yo familiar, otro el yo amiguero y otro el “no-yo” virtual, este último es el que podría sonar más extraño, porque es un avatar que se apoya en el anonimato para sacar su parte más oscura. Las nuevas dinámicas de la sociedad no son ni mejores ni peores que las viejas. Pero lo que sí podemos vislumbrar, es que ya casi no queda espacio para el yo esencial, ese que necesita un momento para pensar que solo lo brinda el silencio. No hablo del hikikomori que se recluye en su soledad, sino del que se encuentra a sí mismo en alguien más, ese que alimentaba su vida con la del otro y la del otro con la suya, ese que ahora desaparece lentamente en una arena movediza de memes porque en un mundo absolutamente conectado, ya no está seguro de cuál es su verdadera identidad. Imagen cortesía de iStock
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