“Independencia, individualismo y egocentrismo serían algunas de las características de los jóvenes que manejarán el mundo”. Con estos rústicos adjetivos, un artículo publicado en el periódico ‘El Clarín’ de Argentina describe a estos nuevos jóvenes, que de manera imperceptible, desplazaron a los famosos y perpetuamente protagonistas de las representaciones cualitativas de nuestras campañas digitales: ‘Los Millenials’. Estoy hablando de la generación EGO. Ególatras, maleducados y sin miedo. Así son los nuevos muchachitos, que como rasgo esencial, condenan conductas y comportamientos que ellos mismos cometen. Por ejemplo, aborrecen el uso del celular en algún encuentro social, pero el 89% de ellos padece de nomofobia –y lo admiten sin pudor. Lo cual es normal, entendiendo que el narcisismo, la singularidad y la confrontación ante cualquier forma de autoridad es su impronta. Así mismo afrontan el individualismo en muchos aspectos de la vida, incluyendo el laboral. Según este mismo medio, se realizó una encuesta a 800 estudiantes universitarios sobre su futuro. Seis de cada 10 aseveraron preferir ser sus propios jefes o tener un trabajo autónomo para “no depender de nadie”. Algo semejante ocurrió con nosotros los pertenecientes a otras generaciones, denominadas también con unas letras sicotrópicas, X, Y o Z. En cierto momento de nuestra vida laboral (más o menos entre el primer día en el departamento creativo de una agencia y ese séptimo año en el que te descubres solo en la oficina, montando un Power Point a las cuatro de la mañana, al borde de una sobredosis de café y tratando de esgrimir la forma de explicarle a tu esposa por qué este tiempo adicional no te lo pagan extra) también decidimos que la independencia era el bálsamo que necesitaba nuestra vida abúlica, rutinaria y austera. “Yo hago las estrategias, yo diseño, yo presento, yo hago las correcciones, yo me entiendo con el cliente y cuando todo sale a la luz, el que cobra es el dueño del letrero”. Reflexiones como estas y varios tragos de dialéctica con tu dupla, te llevarán a decidir con ella y algunos pares que es la hora de hacer para nosotros, lo que hacemos para otros… Dinero, plata, lana, guita. Llega el día, renuncias y te despides de los que quedan allí con cierta nostalgia y compasión. La compasión que despierta aquel que no tiene la enjundia tuya de hacer ese valiente salto de fe. En la salida coqueteaste con un par de clientes y dejaste entrever que ahora, tu nueva agencia, haría lo mismo que hacía la agencia de la que sales, solo que más barato. Como cualquier empresa nueva exige una inversión, la haces con lo que te dieron cuando triunfalmente te liberaste de las cadenas de la dependencia. Los clientes que te juraron y rejuraron que no te iban a abandonar, ahora parecen más ocupados y más inaccesibles que antes (cuando eran ellos los que te llamaban a ti 20 veces al día). El “fin de mes” o la quincena se convierten en pago a 30, 60, 90 o 120 días después de radicar la factura (aprendes que hay que ir a radicar facturas). Ya no hay horarios. ‘Whatsapp’ y tus clientes trabajan las 24 horas del día. Aprendes un nuevo vocabulario tributario e indignante por demás: RUT, IVA, RUP, ICA, TIMBRE, RETEFUENTE,… La voz del cliente en temas creativos que antes sonaba a sugerencia, de repente cambia su estatus a “celestial”, descubres que el café vale, que las luces y los equipos prendidos consumen mucha electricidad y que esa electricidad cuesta. Que a las oficinas hay que hacerles aseo a diario, ya depende de tu habilidad en esas lides. Te sorprendes al saber que a los equipos debes instalarles licencias originales y que el wifi del trabajo también hay que pagarlo. Luego llega el primer negocio grande, el cliente por el que valió la pena esperar. “Firmarlo” es imperativo pero tú no sabes escribir contratos, tu dupla menos y el de cuentas ni se diga. Empiezas a llamar a tus conocidos (a los pocos que no trabajan en cargos tan glamurosos como los del departamento creativo o estratégico) que dominan el tema financiero y les ruegas que te envíen la forma como haz de cobrar y sellar esta relación “Agencia Nueva Mía y Cliente soñado”. Los contratos y las cláusulas resultan crípticas ante tu dominancia cerebral artística y libre. Hay que firmar, así que cambias algunos asuntos aquí y allá. Se firma y tienes un cliente “fee-jo”. Volvió la estabilidad y la tranquilidad. Sin embargo cuando empiezas a recibir toneladas de trabajo caes en la cuenta de que el contrato no quedó tan bien como pensabas y que efectivamente ese cliente te va a sacar hasta el último peso del fee (multiplicado por cinco). Empiezan los problemas y te das cuenta de que no puedes con tanto trabajo por ese ínfimo pago mensual. Te cuelgas con las entregas, el cliente se aburre de ti y se va con una de las tantas agencias, que como la tuya andan al acecho. Las cuentas se empiezan a acumular y el sueño de la independencia de empieza a convertir en una pesadilla. Tu equipo se desborona y algunos vuelven a sentirse seducidos por la confiable subordinación. Tus deudas ya superan el entusiasmo y no hay más remedio que pagar la osadía y volver a emplearse… ¡No te preocupes, lo intentarás una y otra vez!, lo cierto es que la próxima vez que lo hagas, no olvides de llevarte al contador. Imagen cortesía de iStock
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