Una de las grandes preocupaciones de las marcas que están saliendo adelante es “¿cuánto va a costar llevar su producto a las grandes ligas de consumo?” y es que mucho se ha abusado de aquel refrán que dicta: “la publicidad de boca en boca es la más efectiva”. Esto solo es cierto, siempre y cuando exista congruencia con la atención al cliente, mientras sea real la atención del responsable de la empresa y del trabajador, las cosas pueden funcionar de manera verdadera. Ya lo dice “El Socio” -el programa que atinadamente transmite History Channel, donde un inversionista llega y saca adelante compañías que están a punto de desaparecer por su manejo turbio y sus insistentes formas de trabajo erradas- que el principal problema es no invertir en la imagen publicitaria -la auditiva, la visual, la gráfica y la digital-. Una buena inversión en una adecuada estrategia publicitaria trae como consecuencia que el público busque tu producto, lo encuentre, le guste, lo consuma y regrese por más. Hay una frase que llama poderosamente mi atención y reza así: “No porque se detenga el reloj el tiempo deja de correr”. Gran sentido de conciencia debe existir hoy en todos aquellos que inician o ya tienen una inversión realizada en un sueño, solo tomen en serio el anunciarse y tener una imagen propia. Definitivamente solo quien ofrece esto puede lograr un plus. Me parece increíble como una mujer emprendedora, con un teléfono celular logre detonar un gran número de entrega de chilaquiles a domicilio, mientras que restaurantes de gran renombre en el pasado pero olvidados por los años y por una falsa confianza no puedan lograr revivir su negocio. Una anécdota. Este fin de semana, al llegar temprano a la universidad donde comparto lo aprendido por la vida diaria en el crear, creer y crecer, me decidí a degustar un desayuno muy completo, solo 39 pesos fue mi requerimiento económico, el cual incluyó un plato basto de chilaquiles verdes, pan dulce y un café que parecía haber sido extraído de mi subconsiente. Parecía que la señora que lo preparó reconocía mi necesidad de fuerza, sabor y un ligero toque de dulzura. Concluí mi festín mañanero, ya que más tarde regresaría a acompañar a mis alumnos, a quienes más bien considero cómplices creativos en el pan y la sal de su día, cuando de repente la sugerencia fue inmediata. La señora me acercaba una taza de café nuevamente, sin haberla solicitado yo. Al preguntar el porqué su respuesta muy sencilla e impresionante: “Porque noté que disfrutó mi café y eso me obliga a consentirle”. Mis chilaquiles supieron a un gran día y el café se sentía como un abrazo. Quedé sorprendido y comprometido con volver la próxima semana, aunque ahora mi desayuno serán unas afrijoladas, que seguramente sabrán a cariños. Sobra decir que este negocio mide menos de tres metros cuadrados, sin embargo cuenta con tarjeta de cliente frecuente, volantes, un pizarrón con su menú y lo más importante, ¡una gran sonrisa! Las cosas pequeñas forman las grandes y es lo que los grandes no deberían olvidar. Muchas veces la mejor publicidad es una sonrisa y esa no cuesta. Imagen cortesía de iStock
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