Érase una vez un publicitario triste y desilusionado, que se camuflaba bajo una coraza de egoísmo, maldad, soberbia, vanidad y desprecio por aquello que no hubiese creado él. En sus inicios era un buen chico, de los que cumplían con sus tareas universitarias y se implicaba en todo aquello que le entusiasmaba. En la actualidad era el Presidente de una importante Agencia multinacional que estaba expandiéndose notoriamente en los últimos años. Pero, ¿qué había pasado en el transcurso de sus primeros pasos a la altura del camino en la que se encontraba para que se hubiese convertido en ese ser monstruoso? Lo cierto, es que ni él mismo lo sabía. Una Noche Buena más se sentaba frente a la chimenea de su casa, solo y enfurecido por tener que cerrar, aunque solo fuese al día siguiente, la Agencia, lo que conllevaba la pérdida de enormes beneficios, o eso creía él: la realidad era que todos sus clientes cerraban ese día. Sosteniendo la carta de la demanda de divorcio de su sexta mujer, con indiferencia y sin sentir ni la más mínima tristeza, se quedó dormido, pensando que incluso le había venido bien: “una distracción menos en mi lucha por alcanzar la perfección”. De pronto, el timbre le despertó. ¿Quién sería el aventurado que se atrevía a llamar una noche como la que era a la puerta de su casa? Cuando abrió la puerta, preparado para echar a patadas a quien se encontrase tras ella, no podía creer lo que sus ojos le mostraban: a él mismo con 21 años, cuando aún ni siquiera sabía lo que era trabajar en una agencia. Atónito, se frotó los ojos una y otra vez, sin obtener resultado alguno en ninguna de las ocasiones. Habían sido muchas las veces a lo largo de su carrera las que había despreciado y machacado a las nuevas generaciones, ensañándose con cada becario que pisaba su agencia y despedazando a cualquiera que tuviese la osadía de ir a dejar un currículum. Pero de pronto, y para su sorpresa, se daba cuenta de que con ese joven no podía hacer lo mismo, ni si quiera se sentía capaz de echarlo de su casa, así que, sin entender muy bien por qué, le pidió que pasara. Cuando entró, se acomodó rápidamente en un sillón, y sin más miramiento le dijo: “Veo que me has reconocido – esperó unos segundos, y tras no obtener ninguna respuesta, continuó – he venido a mostrarte lo que eras y en lo que te has convertido. Necesitas una dosis de realidad, que te bajen del pedestal al que tu mismo te has subido, que te vuelvan a meter un corazón en el pecho que ahora tienes vacío.” Acto seguido, lo tomó del brazo, y segundos después el viejo publicitario y su versión juvenil se encontraban en la Universidad en la que habían adquirido su pasión publicitaria. Todo el mundo parecía muy animado, hablando con sus respectivos grupos con gran ilusión. Los carteles situados en la fachada de la facultad desvelaban que habían ido a parar al primer día del curso. Pasearon en silencio, y al verse a sí mismo hablando con un pequeño grupo de gente pudo adivinar de que ese no era solo el primer día del curso, sino que también era su primer día en la Universidad, y, de pronto, lo recordaba como si hubiese sido ayer. Sonaban las campanas de la iglesia del pueblo, daban las 9.30h. de la mañana, y emocionados todos los alumnos se dirigían hacía sus aulas, algunos por primera vez, y otros como llevaban años haciéndolo. Desde la ventana, el publicitario desilusionado y su versión más joven, veían el transcurso de su primer día de clase. Podía verse a sí mismo sentado en esa mesa, rodeado de aquellos compañeros que acababa de conocer, pero de los cuales tenía ganas de aprender. La pasión y la curiosidad brillaban en sus ojos, que se fijaban atentos en la explicación del profesor. Ese joven sabía que aún tenía mucho que aprender, y eso no le preocupaba ni le angustiaba, sino que le alegraba y motivaba, cada noche se acostaba con ganas de llegar más lejos al día siguiente. De pronto, su versión joven, que llevaba horas sin decir nada, le sorprendió de nuevo: “todo esto eras tú cuando empezaste en la Universidad. Tenías el mundo bajo tus pies y una vida por delante, querías aprenderlo todo y vivir esa vida al máximo, llegar a ser una persona importante mejorando el mundo. Hay alguien a quien tengo que presentarte, yo no tengo nada más que enseñarte”. Sin que al viejo publicitario le diese tiempo a analizar todo lo que acaba de acontecer ante sus ojos, atónito, descompuesto y emocionado tras haber recordado todo lo que había sido, se topaba de frente, de nuevo, con él mismo, solo que esta vez tenía unos 30 años. Este nuevo personaje solo le dijo lo siguiente: “no tenemos tiempo que perder, allá vamos”. De pronto, ambos estaban en su primer día como trabajador en una Agencia y su “yo” de 21 años se había esfumado. De nuevo, recordaba ese día como si jamás se hubiese movido de él y un sudor frío recorría todo su cuerpo provocándole unos tremendos escalofríos que le hacían estremecer. Esta vez pudo observarse a sí mismo frente al espejo del baño de hombres, tratando de convencerse de que podría con todo con un alentador discurso: “¡Vamos, hombre! No te puedes venir abajo ahora. Llevas años vagando de una agencia a otra, luchando por obtener un puesto de becario tras otro. Has sido humillado y pisoteado, aunque en algunos lugares también te han tratado bien, y eso te ha dado la fuerza suficiente para seguir adelante. Has puesto todo tu esfuerzo, cariño y empeño en llegar a ser un buen profesional, y por fin hoy vas a poder ejercer tu trabajo como tal, y no como aprendiz. Recuerda que aún queda mucho por aprender, ¡y eso es maravilloso! Algún día, cuando hayas aprendido lo suficiente, podrás enseñar a otros jóvenes, y ser de esas personas que les dan un empujoncito, una palmadita en la espalda que les de ánimos y fuerzas para no desistir. Recuerda que Marta te espera en casa cuando acabe el día, y eso lo arregla todo, y como ella te ha dicho esta mañana: ¡Vamos, tú puedes con todo!” Tras esto, el joven se lavó la cara, dio una sacudida tratando de sacar de lo más profundo de su ser todo ese estrés que le estaba haciendo sudar a mares, se acomodó la camisa y la chaqueta, y salió del baño con su mejor sonrisa. El viejo publicitario se derrumbó, la tristeza invadía cada milímetro de su cuerpo haciéndole llorar desconsolado como un niño, de tal manera que cayó de rodillas al suelo. Había recordado que algún día su mayor ambición no era tener a los mejores y más grandes clientes y ser el que más riquezas acumulase, sino ayudar al resto, aprender y transmitir ese conocimiento a las generaciones futuras, ser un trampolín para ellos y no una piedra en el camino. Se dio cuenta también, de que hubo un día en el que a lo que le daba más valor no era al número de sedes que su gran agencia tuviese, sino a tener unos brazos en los que acurrucarse al final del día, una persona con la que compartir todos sus sueños e inquietudes. Hacía tiempo que había perdido todo eso, considerándolo incluso un obstáculo, pero de pronto había empezado a echarlo de menos y le atemorizaba la idea de no poder recuperarlo jamás. Su “yo” de 30 años, mostrando una actitud fría y apática como la que el viejo publicitario mostraba día tras día en su vida actual, le tomó de nuevo del brazo diciéndole: “Vamos, no hay tiempo que perder, aún queda mucho por hacer”. De un momento a otro y sin saber cómo, se encontraba en una sala vacía de colores oscuros. Al fondo, únicamente habían dos sillones de espaldas. Desorientado y abatido ante lo que se había descubierto ante sus ojos, deseando poder volver al pasado y cambiar su destino, el viejo publicitario, sin saber muy bien que hacer, no vislumbró otra salida que avanzar hacia los sillones. Cuando llegó a ellos, una voz familiar le sorprendió: “siéntate, te estaba esperando”. Avanzó un poco más, situándose frente a los sillones, y para su sorpresa, se vio a sí mismo con su edad actual, sentado en uno de los sillones. Totalmente desconcertado tomó asiento y esperó en silencio a que llegase su próxima revelación. Su “yo” actual, con la voz serena y firme le dijo: “te he traído aquí para enseñarte que será de nosotros si continuamos comportándonos como lo hemos hecho hasta ahora. No te robaré mucho tiempo, pronto podrás estar de vuelta a tus obligaciones, solo te pido que prestes mucha atención mientras dura el siguiente vídeo.” El viejo publicitario no estaba muy seguro de querer ver cuál sería su futuro, pero sabiendo que quería cambiarlo, no tuvo más remedio que esperar con inquietud. Lo que la pantalla le mostraba le estremecía y espeluznaba: tras pasar unos años gravemente enfermo en los que nadie acudió en su ayuda, el viejo publicitario murió solo y rico. Jamás había disfrutado de su enorme riqueza, ya que todo su tiempo se consumía trabajando, y no tenía nadie con quien compartirla. Su importante e internacional agencia, unos años más tarde había desaparecido. Era una persona a la que nadie quería recordar, y mucho menos llevar adelante la empresa que éste había dejado sin ningún sucesor, ya que para él, el único capaz de dirigirla era él, no había nadie digno de su confianza. Cuando acabó el vídeo su “yo” actual se desvaneció, y el viejo publicitario empezó a correr hacia el otro lado de la sala, donde esperaba encontrar la salida, pero ésta parecía no tener fin. Le pareció caer en un agujero, y con una extraña sensación de estar apunto de estrellarse contra el suelo, el viejo publicitario despertó en su sillón frente a la chimenea empapado en sudor. El timbre sonaba, y sin saber muy bien qué había ocurrido, corrió a abrir la puerta. Para su sorpresa únicamente encontró un sobre cerrado que contenía un papel con las siguientes palabras: “en algún momento de tu vida decidiste dejar a un lado todo lo que te daba un motivo para sonreír cada día. Te convertiste en una persona que nadie querría tener cerca, y te has convertido en un ser solitario que no tiene con quien compartir lo único que le importa: su riqueza. En tus manos estuvo convertirte en lo que eres, y en tus manos está convertirte de nuevo en lo que fuiste. La decisión siempre fue y será tuya.” El viejo publicitario sintió un gran alivio: parecía que todo lo que por unos momentos había creído soñar aquella noche, finalmente no había sido un sueño. Tenía en sus manos la posibilidad de cambiar todo aquello que ayer era su vida y que hoy le atormentaba. Había abierto los ojos, y ahora no creía que fuese tarde para cambiar. Quería ser recordado por ser una buena persona, y sobretodo, quería tener una familia que también le recordará. No le importó invertir gran parte de su dinero en ayudar a todas las personas que le rodeaban, quedándose al final con una única agencia, no demasiado grande, pero en la que se trabajaba con mucha pasión. En la última etapa de su vida, encontró de nuevo el amor, y murió feliz junto a ella, con una pequeña empresa que décadas más tarde brillaría por los valores que su fundador había implantado. Pero sobretodo murió feliz, dejando en el mundo una saga de jóvenes publicitarios que tenían muy claro, con el ejemplo de su maestro, todo lo que nunca debían hacer: perder la pasión, la ilusión y las ganas de mejorar el mundo.
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