Asociarse, en genérico, es un concepto que parece sacado del manual de la disonancia cognitiva. Las personas somos seres sociales, gregarios, tendemos a juntarnos para hacer lo que sea y los que quedan aislados por cuenta propia o como consecuencia del grupo, son tildados de inmediato y no precisamente de líderes. Si lo pensamos con calma es muy curioso que las personas señaladas como «diferentes» sufran rechazo, cuando sabemos por experiencia y desde el inicio de la civilización, que son los individuos diferentes al grupo los que han conseguido los hitos y hazañas que han escrito la historia. Pero seguimos empeñados en juntarnos con gente afín a nosotros, en la mayoría de ocasiones por el simple o necesidad placer de sentirnos acompañados o tal vez, «no solos». Gustavo Adolfo Bécquer dijo «la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo» en clara alusión a la necesidad de tenernos. ¿Pero seguro que es así? Porque al parecer, una de las pandemias que asolan nuestra sociedad es la convivencia. Para no entrar en temas escabrosos pasaremos de puntillas sobre el porcentaje de separaciones que actualmente cambian la piel a nuestra sociedad pero sí podemos detenernos un poco más en el mundo de las colaboraciones empresariales y el asociacionismo. ¿Qué ocurre con las colaboraciones empresariales? ¿Cómo gestionamos la llegada de un nuevo profesional a nuestro equipo del que detectamos capacidades afines a las nuestras? ¿Cómo se sienten los empresarios de la junta directiva de una asociación cuando tratan temas relativos a su negocio con otros miembros que son competidores directos? Son preguntas difíciles de responder… o quizás no. Porque por regla general, los problemas que nos alejan de la convivencia se originan en nosotros mismos y no en los demás. Y tenemos ejemplos para llenar volúmenes. ¿Cómo es posible que el propietario de una empresa «tema» a uno de sus empleados por interpretar que está más capacitado que él en temas de empresa? En realidad, le contrató precisamente para ello, para ayudar a la empresa. ¿Qué mecanismo provoca que las empresas no deseen asociarse porque interpretan que no pueden tratar temas del sector junto a sus competidores? En realidad los únicos competidores de estas empresas son ellas mismas, por carecer de la necesaria competencia para entender que su mirada al éxito es interior, a su negocio y no al desarrollo de sus competidores. Porque al final a todos nos atenaza el miedo, un miedo irracional a no ser aceptados en el grupo en el que hemos entrado cuando quizás no teníamos necesidad alguna de adherirnos. Y porque a todos nos gusta ser reconocidos aunque el reconocimiento se gana, no se compra. Quedarse en el trabajo viendo diarios deportivos o trasteando en Facebook hasta que el jefe sale de la oficina para que «interprete lo buen profesional que soy» es una mezcla entre el simple miedo a irte antes y el ansia por destacar en el grupo al que formas parte por necesidad: los empleados de empresa. Todos buscamos el éxito individual pero siempre estamos inmersos en grupos, de ahí que haya deportistas colectivos que celebran sus éxitos como individuales «gustándose» delante de la cámara obviando al equipo que les ha permitido llegar a él y deportistas individuales que celebran sus éxitos como colectivos hablando casi en exclusiva del equipo que le ha permitido conseguirlo. Hay ejemplos para todos los gustos y en entornos colaborativos empresariales es donde se aprecia el talante de cada empresa derivado del carácter del empresario. Hay empresas conscientes de su ADN que forman parte de proyectos colaborativos sin evaluar jamás qué representa la otra empresa respecto de su modelo, precisamente porque surcan seguros el tejido empresarial, al timón de la coherencia interna y sabedores de sus limitaciones y valores. Pero los entornos colaborativos son complejos de gestionar porque, una vez más, al juntarnos personas con personas aparecen los problemas. Y una vez más por los miedos a ser menos que los demás. Y una vez más por querer destacar individualmente sobre el grupo al que uno pertenece. Una de las reglas de las tormentas de ideas es impedir que se use la palabra «no». Si uno pudiera sentarse de observador no visto en una reunión de equipo en pos de definir un objetivo o en una reunión de proyecto colaborativo y pudiera contar los «no» que se ponen sobre la mesa, obtendría valores más que significativos. Y todo porque somos seres sociales a los que cuesta estar juntos pese a desear juntarnos. Y cuando la reunión es asociativa, cuando se trata un tema sectorial y los interlocutores son empresas del mismo sector, un miedo camuflado de cautela asola la reunión conduciendo a muchos empresarios a expresar ideas contrarias a lo que siempre pensaron, en un nuevo acercamiento a la disonancia cognitiva, ya que ese empresario apela a ideas nuevas para tratar de convencerse a sí mismo de los beneficios de estar en una situación en la que nunca habría deseado estar pero en la que se encuentra de pronto y por decisión propia. Pero en realidad, la unión hace la fuerza. Fue Esopo quien acuñó la frase «la unión hace la fuerza y la discordia debilita» y en la edad moderna nos hemos quedado sólo con la primera parte, para abreviar o para alejar la parte que no nos conviene, aunque sin blanco no hay negro. En realidad, cuando el ser humano entiende la necesidad de unirse es cuando hay quebranto de vida o situaciones de urgencia. En esos momentos todos formamos piña en pos de la supervivencia o la ayuda al prójimo. ¿No es más inteligente que en tiempos de crisis las empresas hagan piña para sortear y superar la situación que azota al tejido? ¿O somos tan gregarios que nos juntamos sólo para saber qué hace mi competidor y poder aprovecharme y sacar ventaja? ¿No es más interesante aprovechar el conocimiento de mis compañeros de equipo aunque sea mayor que el mío, o precisamente por eso? Son preguntas fáciles de responder… o quizás no. Lo que si tengo claro es que juntos, pero no revueltos es una de las formas inteligentes de llegar al éxito.
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