“Hay cosas peores que quemar libros, una de ellas es no leerlos.” Ray Bradbury.
Ignoro si la cita con la que comienzo el artículo fue un argumento en defensa propia de los crímenes que cometió contra los libros Ray Bradury en su novela distópica Fahrenheit 451. Sin embargo, como lectora voraz y aficionada, he de decir que desear la muerte a lengüetazos ardientes a un libro me resulta más atractivo que tenerle años y años esperando poder ser leído. Esto que puede pasar como mera opinión, es en realidad un postulado en contra de los defensores del slow reading. Permítanme explicarles en qué consiste. La cantidad de estímulos y la importancia audiovisual se han incrementado considerablemente, causa principal de que libros clásicos como Moby Dick, de Herman Melville, y sus interminables y detalladas descripciones resulten agobiantes para nuestras mentes tan visuales y rápidas (clicar aquí para una información más detallada). Puro rococó literario, solo digerible poco a poco, de ahí el nombre, slow reading. Me basaré en tres argumentos para la defensa del anti-slow reading:
- La cita de Ray Bradbury. Moby Dick lleva cuatro años en mi mesita de noche. Cada cierto tiempo lo abro y lo vuelvo empezar a leer, bien por dónde me quedé en la última lectura o bien desde el principio. Es imposible. Le he dado ya tantas segundas oportunidades que no me quedan para otros libros. Es que no soporto ni verlo de la pesadez mental que me produce la portada azul. Lo tengo al lado del despertador, lugar estratégico para colocar aquellos objetos de los que no te puedes desembarazar porque siempre vuelven. A veces es mejor quemar los recuerdos que obligarte a recordar que los tienes que leer. Y Nick Hornby está de acuerdo conmigo.
- Mi bibliotecaria preferida, aquella que me sacaba libros a escondidas cuando ya había superado el límite permitido, me regaló el que probablemente sea el mejor consejo literario: “Empieza todos los libros, y fuérzate hasta llegar a la página cincuenta. Si en las diez o quince siguientes páginas sigues queriendo quemarlo pero tu moral literaria no te lo permite, es que ese libro no está hecho para ti. Cuando sea el momento, el destino hará que regrese a tus manos.” Y las bibliotecarias son unos seres místicos y fascinantes, auténticos druidas literarios. Escúchenlas, y sobre todo si te permiten saltarte las normas para que puedas leer en exceso.
- Los libros pesados son a la literatura lo que una idea inicial a un creativo. Por mucho que la queramos, que sea el mejor anuncio o estrategia del mundo en nuestra cabeza, si no sabemos encaminarla y organizarla gracias a un buen concepto paraguas, estaremos perdidos. Hay que saber despedirse de las ideas malas y los borradores, igual que de los libros infinitos. Si son buenas, ya reaparecerán. Porque, ¿quién disfruta con una mala estrategia o un mal anuncio?
Y ahora queridos lectores, ser sinceros, ¿preferís dar las oportunidades que hagan falta para terminar lo empezado? ¿O sois más de carpe diem que de slow reading y preferís deshaceros de los libros cargantes? ¿O siguen en vuestras mesitas de noche esperando el verediocto de condena? *Nota aclaratoria: cuando hablar de quemar libros, lo hago en sentido figurado y en la pura imaginación, no literal. Tampoco quiere decir que esté a favor de esta práctica ni que desee la destrucción de un libro de cualquier tipo, sea cuál sea su naturaleza. Elia Prieto Imagen cortesía de iStock
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