En la actualidad la edición se ha vuelto algo tan común que, al adentrarse en redes sociales, es normal encontrar una fotografía excelente y que muchas personas la tachen de ser editada. No sé hasta qué punto pensar que sea bueno o malo. Por un lado, evidencia como la edición ha logrado desfasar los límites de la fantasía y convertirse en una “realidad” constantemente puesta a debate por el consumidor que no logra, muchas veces, diferenciar entre lo que es real y lo que no; me parece interesante desde lo profesional, porque me dice que las nuevas tecnologías y las habilidades que están adquiriendo los nuevos diseñadores superan cada vez más las expectativas imaginadas. La otra cara de la moneda, nos muestra que es triste llegar al punto de sobrevalorar la edición y tenerla en cuenta como la salida a todo. La edición logra lo “imposible”; sin embargo, en lo que yo llamaría “la fotografía pura”, un buen fotógrafo que conozca de arriba abajo su carrera, que posea un conocimiento basto de color, iluminación, composición, por solo mencionar unas pocas cosas, logra resultados admirables al ojo y que nos dejan boquiabiertos al pensar que de manera “análoga” alguien logre proyectos tan magníficos. Hablando en panoramas más comerciales, es frecuente encontrar gente que crítica campañas (sobre todo las que incluyen modelos) donde se encuentran detalles de edición o, en la mayor parte de los casos, un excelente trabajo de fotografía. Argumentan que las marcas están vendiendo una idea errónea de la realidad de lo que es el físico (principalmente mujeres) y que eso genera problemas de autoestima porque se comparan con las despampanantes personas que adornan nuestras revistas, carreteras, cuadernos escolares, Internet, etc., concluyen que no cumplen con los “estándares” de belleza que impone la publicidad. Para mí, la culpa no la tiene ni la edición, ni la fotografía como tal. La culpa la tiene el consumidor actual; como dijo Clive Barker, escritor, director de cine y artista visual: «La televisión es el primer sistema completamente democrático, el primero accesible para todo el mundo y totalmente gobernado por lo que quiere la gente. Lo terrible es, precisamente, lo que quiere la gente» Aunque hable de televisión, el concepto sigue presente; la edición nace por lo que quieren las personas. Vivimos en una época de inconformismo casi absoluto, donde la “realidad” ya no se nos hace atractiva y la edición aparece como una respuesta visual para mostrar otros “mundos”. Podemos estar hablando de retoques pequeño para eliminar imperfecciones o de la creación de todo un escenario fantástico de manera digital y en ambos casos es un deseo por ir más allá de lo comúnmente observable. El “boom” que sufrió la edición fue tal que el mercado se saturó, las personas de alguna manera sintieron que el mundo estaba dejando de ser “él” mismo y que era necesario poner un alto. Esto puede evidenciarse en el revuelo de los últimos años por el diseño minimalista, un arte que permite mostrar la belleza en las cosas simples y que, además de crecer como tendencia, crece como cura y se expande a la fotografía para retratar lo hermoso del mundo real. En definitiva, todo en exceso es malo. La edición debe ser reconocida como una práctica maravillosa, pero que necesita manejarse de manera prudente en el mundo publicitario.
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