Terminó el 2015, el año en que se fue mi papá. El 23 de febrero, para ser exactos. Pero no quiero ser del todo injusto con el 2015, porque lo sabía desde el 2014. Sabía que, desafortunadamente, mi pa no iba a estar acá mucho tiempo más. El cáncer, jodido, impredecible y traidor como es, terminó no por “ganarle la batalla” porque ésa se la ganó él viviendo como vivió pero sí, digamos, adelantando su tiempo en esta tierra. Adelantándolo un poco demasiado, en mi opinión, pero ni hablar. Hace un año pasamos con él la que sabíamos, al menos yo, que sería la última cena de “año nuevo” juntos. Ya no podía caminar del todo bien pero pasamos una noche increíble, todos en familia. Platicando sobre las cosas que importan. Sobre la vida y sobre el futuro. Lloramos mucho, pero reímos más, como debe ser. El 31 de diciembre del 2014 fue una noche increíble. Mi padre era un hombre muy especial. El más especial que he conocido y que me tocará conocer. Doy gracias a la vida por haberme permitido tenerlo conmigo durante 47 años. Por su ejemplo, por todo lo vivido juntos, por todo lo que le aprendí y por todo el cariño que me dio, desde el día que nací hasta el último instante de su vida. El 31 de diciembre del 2015 fue la primera vez que no estaba conmigo para para abrazarlo con las 12 uvas o para al menos marcarle por teléfono y desearle lo mejor para el año que empieza. Tú que me lees, no des por sentado nada, porque nada lo es: pasa todo el tiempo que puedas con la gente que quieres, aprovéchalos y nunca dejes de decirles cuánto los quieres y lo mucho que significan para ti. Es muy importante no quedarse con algo sin decir porque uno nunca sabe lo que puede pasar ni cuál será a última oportunidad que tendremos de estar con nuestra gente especlal. Perder a mi padre es lo peor que me ha pasado, lejos. Una pérdida que no le deseo a nadie pero que, por otro lado, marca el orden natural de las cosas. Es solo que a mí me sucedió demasiado pronto, me parece, pero ni hablar. Mi papá tenía 77 cuando se fue y, de no ser por esos últimos dos meses y los estragos del cáncer, era un roble. Un tipo lúcido, fuerte, activo, que seguía trabajando todos los días desde temprano, no porque lo necesitara económicamente sino porque su cabeza no paraba, no dejaba de generar ideas y llevarlas a cabo todos los días. Casi un año después puedo afirmar que una cosa así no se supera jamás. Se aprende a sobrellevar, se aprende a vivir con ello pero nada más. “La vida sigue”, “el tiempo todo lo cura”, te dicen. Verdades a medias, sin duda. La vida sigue, sí, pero es distinta. Y el tiempo cura el dolor inmediato, pero no tapa el hueco. Nada tapa un hueco como ése, al menos no en mi caso. Además de la pérdida de mi padre, en diciembre del 2014 había perdido uno de los clientes más grandes de la agencia y tomado la decisión de separarme del socio con el que arranqué mi negocio seis años atrás. Por supuesto que esos dos problemas se minimizaron radicalmente con lo que pasaría en febrero pero no dejaban de estar ahí y seguirían ahí después. Eso es lo malo con los problemas: se acumulan y se priorizan, sí, pero no desaparecen. Mi papá se fue en febrero y ése solo hecho me hizo pensar que el 2015 era el peor año de mi vida. La idea de ya no tenerlo aquí para pedirle consejos de todo tipo cuando los necesitara era terrible. Si una persona en mi vida me ayudaba a pensar mejor y me orientaba, ése era mi papá. Y sumarle a su partida esos otros dos problemas parecían confirmármelo sin duda: el 2015 iba a ser asqueroso. Ese 31 de diciembre, hace un año, más los primeros días de enero, pasé mucho tiempo reflexionando sobre eso: “cuando la vida pega, pega en serio”, pensaba. “Ni hablar, hasta ahora me ha ido muy bien, así que no te puedes quejar, así que a aguantar vara y seguir” Seguir. Y sí, “la vida sigue”, así que el 2015 “siguió”. Arranqué el año decidido a pasar más tiempo con mi viejo que trabajando porque sabía que quedaba poco. Me tomaba las tardes que podía para comer con él, para irlo a ver a casa, para ver con él “Martes de Motores”, uno de sus programas favoritos, pero sobre todo, para hablar. Hablar de todo y de nada. Es increíble como esas pláticas que parecen triviales y poco importantes te pueden ayudar con el tiempo. Es increíble como se puede extrañar hablar “de nada” con alguien que te deja tanto. Hablábamos mucho y, curiosamente, lo hacíamos como si el cáncer no estuviera acabando con él, como si no supiéramos que era cada vez más poco el tiempo que quedaba. Yo no soy muy dado a hablar de lo malo que me pasa. Los que me conocen saben que puedo ser exagerado con lo bueno y que tiendo a tragarme lo malo, a no sacarlo. A veces para mal, supongo. No sé por qué lo hago. Mi explicación es que no me gusta estar recordándome a mí mismo mis problemas ni angustiándome de más. No me gusta pasar tiempo de malas. Eso es algo que le heredé a mi padre: no sé si él se tragaba sus problemas, lo que sí sé es que siempre se reía de ellos, los minimizaba y a todo le veía lo positivo. De qué sirve ser así, tampoco lo tengo claro. A mí mucha gente me critica por ello. Yo solo sé que soy así. A esta vida, creo, se viene a exaltar lo bueno y a verle lo positivo a todo, lo malo no tiene sentido estarlo ventilando. Pero si a alguien le contaba mis cosas, ése era mi papá. Me sentía bien haciéndolo porque, no importaba qué tan grande fuera el problema, él se reía y siempre me daba una solución irónica pero siempre, también, un punto de vista muy inteligente sobre lo que fuera. Sé que era el más orgulloso por los pocos o muchos éxitos profesionales que pudiera yo tener aunque su reacción fuera siempre “minimizarlos” y burlarse. Le encantaba estar al tanto de lo que hacía y de cómo me iba como “empresario independiente”. Así que una de esas tardes en las que hablábamos de todo y de nada me preguntó, como solía hacer de vez en cuando “¿y cómo va la agencia, algún cliente nuevo? “Nuevo no, pá, más bien un cliente menos”, le contesté. “Y además te separaste de tu socio, ¿no?”, preguntó. “Así es” “Bueno pues listo, ya no tienes a quien echarle la culpa de cosas como esta, reponer esa pérdida ya solo depende de ti y depender de uno mismo es buenísimo porque uno puede engañar y justificarse ante toda la gente, pero no puede engañarse a sí mismo jamás”, me contestó. Platicamos entonces sobre su propio emprendimiento, sobre su decisión de independizarse exactamente a la misma edad que lo hice yo. Me contó sobre sus miedos, sobre todo lo que pensaba y me dijo una cosa que me marcó: “Lo bueno de ser tu propio jefe es que eres tú quien toma absolutamente todas las decisiones. Y lo malo, es que eres tú quien toma absolutamente todas las decisiones. Mi principal miedo cuando me hice independiente era en exponerme a mí mismo al fracaso, porque si fracasaba sabía que sería por culpa mía, de nadie más. Si empezaste este año así es porque algo hiciste mal y de ti depende darle vuelta o, en su caso, exponerte al fracaso. Lo que paso ya paso, lo que necesitas preguntarte es: ¿qué va a pasar de aquí en adelante?, ¿qué va a pasar con toda esa gente en la agencia que depende de ti?” “¿Qué va a pasar?”, me pregunté esa noche. Y la siguiente. Y las siguientes. Y me di cuenta de que había invertido mucho tiempo pensando en lo malo que “me había pasado” sin darme cuenta de que tal vez todo eso no “me había pasado” sino que yo había ocasionado que pasara por haber tomado malas decisiones. Así que decidí dejar de pensar en “por qué me había pasado eso” para poner foco en lo que tendría que pasar a partir de entonces, que sí dependía de mí, y seguir. Así que entonces, seguí. Porque “la vida sigue”, sí. Y porque lo malo pasa. Porque a todos nos va mal de vez en cuando y porque no esta mal que eso suceda. Hoy pienso que a veces te tiene que ir mal para que valores mucho más los momentos en que te va bien, para que aprendas de lo jodido que es fracasar en algo y estés mucho más alerta la siguiente vez. Nos va mal porque la vida sería muy aburrida si nos fuera siempre bien. Mi padre se fue más o menos un mes después de tener esa plática. Fue la última vez que hablamos sobre mi trabajo, sobre la agencia y sobre mis problemas. Desafortunadamente no estuvo aquí para ver lo que siguió después. Quico murió el 23 de febrero. Un mes después, ganamos nuestro primer nuevo cliente del año. Y después otro. Y otro. Y otro. Y así seguimos, hasta ganar 9 clientes nuevos en los siguientes 10 meses. Más de los que habíamos ganado en los últimos dos años. Más de los que hemos ganado en un solo año durante cualquiera de los 6 desde que abrimos anónimo. El 2015 paso de ser el año en el que peor nos iba a ir, a convertirse en el mejor hasta ahora, lejos. Pero no todo son los clientes, así que seguimos. Y la agencia resultó ser una de las 10 agencias más deseadas para trabajar en México en un estudio que se publicó en junio. Y ganamos más premios que nunca en prácticamente todos los festivales en los que participamos. Y cerramos el año como una de las 3 agencias más premiadas en el Círculo de Oro, el festival del Círculo Creativo de México, el más importante de la industria en nuestro país. Seguimos, porque la vida sigue. Y seguiremos, porque lo que pase de aquí en adelante sí depende de mí. Como lo que pase de aquí en adelante en tu vida, lo que quieras alcanzar, cualquier cosa que sea, depende también de ti. En el 2015 perdí a mi padre. Pero la vida me demostró que no, que no te “pega por pegar” y que no es justo hacerse la víctima cuando te va mal ni culpar a otros por lo malo que pueda pasarte porque tu destino depende solo de ti y si te lo propones, puedes alcanzar cualquier cosa que quieras. Gracias por esas pláticas, pa. Gracias por todo lo que me enseñaste y me sigues enseñando siempre, porque aunque ya no estés, sigues y seguirás siempre aquí.
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