La competencia por definición es algo saludable para el crecimiento, sin embargo cuando el término se sobrepone a la esencia artística personal, compromete la pureza de la intención, y se convierte en un medio para generar autocríticas destructivas, pérdida del propio estilo, e inseguridad. Todos crecimos con frases de reforzamiento que nos hicieron creer que nuestro trabajo era el mejor del mundo, (para algunas de nuestras madres todavía lo es), ¿pero qué sucede cuando al crecer nos encontramos en el mismo estanque con miles de pececillos igual, o más talentosos con los cuales sentimos que no podemos competir?. Creo que ahí radica el error. Todas las personas en su infinita diversidad crean realidades desde su percepción del mundo, algunos de nosotros las plasmamos gráficamente con fines comerciales o recreativos, pero todos con la misma intención: expresar una idea, que ya sea propia o no, siempre lleva el sello personal de quien la ejecuta, porque de nuevo, todo concepto es diverso e interpretable, y eso siempre tiene su cuota de arte. Esto no quiere decir por supuesto, que no haya que buscar métodos de mejoramiento y superación, constantemente es común encontrar artistas que nos inspiran y nos generan nuevas visiones de nuestro trabajo, e incluso que nos recuerdan algunas áreas que debemos perfeccionar, y esto es una herramienta valiosa, si se usa bajo los términos correctos y no bajo la generación de sentimientos que demeriten lo que creamos bajo la honestidad de nuestras visiones. Aceptar la crítica externa no siempre es fácil, y nunca debe ser tomada como algo personal, es una situación totalmente inevitable, donde basta con comprender que precisamente esa paleta diversa de percepciones únicas que nos rodean se manifiesta en cada creación que hagamos pública, lo mismo hacemos cuando evaluamos un trabajo ajeno. Sin embargo cuando la crítica es propia, muchas veces se cae en el absurdo autosabotaje de pensar que la obra no tiene la calidad suficiente para ser lanzada al mundo, sí, a veces nuestras observaciones comparativas pueden ser nocivas, porque aceptémoslo: compartir una pieza creativa es exponerse a sí mismo, es abrirse y entregar parte de nosotros al ojo público, así es como nos comunicamos, y como nos interpretan. La crítica personal, esa que no descansa, puede ser impulsadora o destructiva, cada uno decide la manera de aplicarla, como vehículo de crecimiento artístico fiel al propio estilo, desde el punto de vista positivo, o de manera demoledora, lamentando no tener las capacidades ajenas, pero ignorando las fortalezas propias. Igual que en un plan de marketing, no se emprende una estrategia sin evaluar los principios internos y externos que puedan influir en el resultado, saludable también es aplicar el ejercicio a la evaluación personal, así los factores modificables (fortalezas y debilidades), pueden ser identificados y designados de forma integral para el mejoramiento. Apliquemos entonces la cultura de la aceptación, del reconocimiento y entendimiento de las infinitas características que nos dan valor porque nos diferencian, al final de cuentas, es entre todas que se complementa la belleza de nuestras profesiones. AUTOR Gabriela Lizano Murillo Creativa, diseñadora, publicista, costarricense. Creo en la simplicidad de la comunicación, y en las percepciones que hacen de la realidad una experiencia relativa. Amante de la vida perruna, las ilustraciones, la música, los libros viejos, y de lo que es capaz la mente visionaria de los humanos. Imagen cortesía de iStock
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