Imagina que eres capitán de un barco y de un momento a otro comienza una tempestad que amenaza con destruirlo; matar a tu gente y claramente, hundirte en el fondo del olvido. Esa sensación es algo que se vive todos los días en publicidad. Seas quien seas, tengas el puesto que tengas, llega un momento en el que ya no sientes lo duro sino lo tupido. Sí, esto de estar en publicidad es de valientes (o de locos). Muchas veces, al contratar a alguien, nos fijamos en aptitudes, actitudes y supuestos resultados que han logrado gracias a su creatividad y experiencia. Para ser honestos, integrar a alguien nuevo a un equipo siempre termina siendo un volado, porque como dice mi abuela: caras vemos, talento no sabemos. Dentro de las grandes (y complicadas) tareas de un director (o cualquier persona a cargo de alguien más) se encuentra el reto de preparar, desarrollar y explotar a la persona en cuestión. Encontrar el modo y la forma de hacer crecer a alguien, sacar lo mejor y dejar ese diamante en bruto como lo que es; un diamante. Se dice tarea fácil, pero no, no lo es. Es labor del superior transmitir todos los conocimientos adquiridos, aunque eso signifique bajarle al ego un millón de rayas. Pero así es y así debería ser. El conocimiento se comparte. ¿Cómo esperamos tener publicistas capacitados y chingones, si lo único que hacemos es limitar su crecimiento y desarrollo? Un buen jefe se mide por lo exitoso que es su equipo, por los logros particulares, sí, pero más, cuando sabe reconocer a quien debe e impulsa el talento sin miedo a perder o perderse en la tempestad llamada publicidad. Existen personas con una visión clara y profunda. Esas personas que no descansan hasta lograr sus objetivos. Tenemos, por ejemplo, a Steve Jobs. De él se ha hablado, criticado, hecho películas, sacado conclusiones verdaderas, erróneas y una larga lista. Más allá de entrar en cosas específicas, hay que darle el reconocimiento que merece por haber tenido la claridad y el enfoque creativo que desarrolló, impulso y posicionó sus productos, sin los que ahora, muchos, no podríamos vivir. Él sacaba lo mejor de todos, él creaba diamantes y les daba brillo, le pese a quien le pese. Fue un gran jefe, un excelente líder. Hay que aceptar que no todos estamos destinados a ser tan exitosos o creativos como siempre hemos creído o querido ser. No. Entre más rápido nos bajemos de la nube cegadora que son las ilusiones, mejores decisiones tomaremos. Hay que reconocer nuestras fortalezas y explotarlas, porque eso hace un buen jefe: expone el talento y lo saca a flote. Imagina que en aquella tempestad, tú dormías con la tranquilidad de un niño porque habías desarrollado los talentos de la tripulación y cada uno tenía una misión y una tarea específica; nada los puede hundir. De eso se trata el trabajo en equipo. De eso se trata dirigir; tener la tranquilidad y la seguridad de que has preparado suficiente a la gente para que, como una orquesta, todos toquen, mientras tú, vas armando la melodía. Imagen cortesía de iStock
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