Si le diste click al link de Roastbrief donde salía la cara del Cholo Simeone, sin conocerte te puedo contar dos cosas que tenemos en común: ambos nos dedicamos a la publicidad y ambos en algún momento de nuestra vida soñamos con ser el ídolo futbolístico de nuestra generación. Y si ese par de datos casuales no te sorprenden, mis habilidades psíquicas me dicen también que si abriste ese link, además de amar el fútbol, seguro sos hincha del Barcelona o del Real Madrid. Antes de que preguntes, te adelanto que no hago trabajos de vidente como freelance. Lo único que hice fue basarme en la patética realidad de que hoy, el mundo se divide en ser #TeamMessi o ser #TeamCristiano, como si estos dos hubieran inventado el grito de gol. Tranquilos, no se ofendan groupies, mi objetivo no es restarle mérito a este par de genios que han revolucionado el deporte en general. Yo por mi parte crecí admirando al Ronaldo original –para mi el mejor jugador de la historia–, a Ronaldinho, Rivaldo, Zidane, Figo y tantos más; y entiendo muy bien que este tipo de jugadores siempre se robarán los focos, gracias a ese insultante talento que les regaló la vida. Lo malo con ellos es que muchas veces, esa mezcla de talento y carisma dentro y fuera de la cancha, eclipsa el talento y el esfuerzo de sus compañeros o entrenadores que tienen tanto mérito como ellos en los logros que se alcanzan de forma colectiva. Para dales un ejemplo: Messi no tendría ni un cuarto de los trofeos que tiene –y aún así serían muchos– si no fuera por los Xavi, Iniesta, Puyol, Guardiola, Busquets y tantos más que han sido sus cómplices en las grandes victorias, y se han tenido que conformar con un papel secundario en las portadas de los diarios y los corazones de los “seguidores” del equipo. Por eso, si existiera un mundo paralelo en el cuál los directores técnicos fueran dueños de agencias, yo haría todo por conseguir trabajo en la agencia del Cholo Simeone. Sí, a nivel futbolístico se les puede acusar de mezquinos, defensivos, resultadistas y hasta un poco agresivos, pero algo innegable es que en este equipo no existe el ego, las figuras intocables y los niños lindos que se toman selfies en calzones después de cada partido. Lo que sí hay son muchos huevos, compañerismo, garra, compromiso y un escudo que todos tienen claro, es más importante que el nombre que llevan en la espalda. Del Atletico que jugó la final en el 2,014 solo quedan cinco jugadores. El resto se fueron a “equipos grandes”, intentando ocultar su amor por el dinero, diciendo que se iban para buscar ese torneo que se les había negado. Para un equipo con un presupuesto limitado, ver a cinco jugadores titulares irse, es casi una sentencia para regresar al fondo de la tabla. Pero este no fue el caso del Atlético, que cada año ha logrado reinventarse a pesar de las bajas. Sale un “ídolo” formado en el equipo, y ya viene otro en camino, listo para tomar su lugar. Acá todos reman para el mismo lado, todos corren, todos sufren y todos se roban las cámaras cuando se logran los objetivos. Este debería ser también el modelo de las agencias. Convertirse en equipos donde no haya lugar para el ego y para el divisionismo. Sería lindo ver agencias donde el ejecutivo también piensa, donde el creativo también hace planning y donde el planner también baja conceptos. Sería lindo ver agencias donde los premios sean vistos como un resultado del trabajo en equipo y no como una excusa para alimentar la lucha de egos entre sus creativos. Sería lindo ver agencias donde todos los días se deje el corazón en cada brief, aunque sea del cliente más pequeño e insignificante.
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