Soy colombiano, por ende muchos compatriotas entenderán el sentido metafórico del título de esta columna. Para los demás, me permito explicar que cuando uno dice “patear la lonchera” se refiere a diatribar en contra de su empleador, con la alta probabilidad de que haya consecuencias que vayan en contra de la permanencia apacible en la ‘chamba’ (como dicen los mexicanos). En ese sentido, hoy mi crítica se enfila hacia los claustros universitarios, de los cuales he venido devengando salarios desde hace ocho años como Catedrático. El asunto radica en la desagradable mutación que sufrieron estos lugares de formación disciplinar y de aplicación pragmática de aprendizaje. Antes nomás para entrar, había que presentar un buen examen de aptitudes (ICFES antes, SABER PRO hoy). El puntaje tenía incidencia en el solo hecho de presentarse. Si la universidad decía “mínimo 330 o 350 puntos en el examen ICFES”, eso significaba que con menos de ese puntaje, ni te acercaras al campus. Hoy en día todas las instituciones toman el examen y su resultado como una invitación. No hay filtro alguno en cuanto a las aptitudes del prospecto, presentarlo ya presupone la idea de que así no sepa escribir, leer, sumar o comprender, se va a esforzar y solo por eso, tiene el aval para ingresar. (?). La entrevista era otro filtro que tenían las facultades. Uno se preparaba para preguntas de índole académica, ética y moral. A veces ahí, en la entrevista, se dilapidaba la oportunidad de ingresar a la universidad deseada y al programa anhelado. Ahora los decanos se volvieron guías turísticos y las entrevistas tures guiados por las instalaciones del claustro. Ese episodio de evaluación personal ya no lo es y las preguntas que allí se formulan tienen la profundidad de un magazine de chismes. Hoy en día, nadie reprueba la entrevista, hoy en día todos son aptos. Es claro que a esta altura de esta mansa crítica, algunos ya estarán pensando en la inclusión implícita en la educación superior y en la responsabilidad subyacente en el objeto social de las instituciones. ¡Créanme! Yo también lo pienso, pero esta degradante laxitud en el nivel de exigencia de los estudiantes, ha creado una tediosa generación de mediocres, individuos facilistas y sin ningún sentido de la urgencia, la disciplina o la responsabilidad. La educación se convirtió en un negocio, más que en un derecho. En ese sentido y aduciendo que tenemos educandos que provienen del Colegio (la prepa, la escuela) en donde las evaluaciones son lo más humanísticas posible y apegadas a la declaración universal de los derechos humanos (nadie pierde, nadie es incapaz, todos son importantes y lo deben lograr, así se tomen 5, 10, o 20 oportunidades). En la educación superior, uno como Docente debe sopesar alumnos que no cumplen con los requerimientos de algunas competencias que cada clase demanda y que vienen viciados desde el nivel inmediatamente anterior. Y digo sopesar, porque cuando como institutor, repruebas a ese estudiante, él tiene la potestad de pasar quejas acerca de ti, objetar su conciencia, esgrimir razones legales, jurídicas y personales para justificar su mediocridad, inasistencia y apatía. Si todo lo anterior no funciona amenaza al claustro con irse de él (llevándose consigo los millones que paga semestralmente). Es ahí cuando se efectúa un ejercicio de sumas y restas por parte del ente educativo… ¿Sigo sumando millones o resto de la nómina al profesor implacable, cuchilla y mamón? La respuesta es obvia. Bueno, ¿y a qué viene tan riesgosa reflexión? Obedece a una exhortación que quiero hacerle a toda la industria. Invito a todos a levantar nuevamente las paredes de la excelencia publicitaria, ya sea como estudiantes, profesores, profesionales o clientes. Incito a convertir la publicidad en la profesión de la élite, excluyente, de privilegiados con creativa e inventiva redituable. Insto a todos a que le demos el lugar a nuestra profesión que en un momento (Mad Men) tuvo. Ya basta de 100 primíparos* y 500 egresados. Empecemos a darle a nuestras ideas el valor que merecen (en los tarifarios de las agencias también). Como estudiantes enaltezcamos al profesor cuchilla y censuremos al bonachón. Como clientes elijamos agencias que se concentren en los resultados y no en las formas. Como profesionales, emancipémonos de los vicios que la sobreoferta de mediocres con diploma ha generado, mejor dicho y en pocas palabras, asumamos una posición crítica de lo que hacemos y de vez en cuando, pateemos la lonchera. *Primiparo: estudiante de primer semestre de cualquier carrera universitaria.
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