El que no llora durante los últimos cinco minutos de “Qué bello es vivir” (“It’s a Wonderful Life”, Frank Capra, 1946) es un hijo de puta. Dicho esto, pasemos a la extraña historia de sus derechos. Considerada hoy un clásico de clásicos, esta película con James Stewart y Donna Reed fue un fracaso en el momento de su estreno. Una de las razones fue que salió una semana después que “Los mejores años de nuestra vida” (“The Best Years of Our Lives”), dramón de posguerra de William Wyler que ese año arrasó en la taquilla y en los Oscars. Otra posible razón para el fracaso de “Qué bello…” es que tal vez mucha gente no haya llegado a ver los últimos minutos, como le pasaba al personaje de Phoebe en “Friends”. Y si uno ve toda la película pero se pierde los últimos instantes, se queda con la sensación de que acaba de presenciar el filme más deprimente de la historia. No importa: me parece más interesante lo que pasó luego. Resulta que a la película se le otorgó un plazo de 28 años de derechos exclusivos, con la opción de renovarlos por otros 28 años. Pero como el filme seguía sin interesarle a nadie, el pedido de renovación de derechos no se realizó y en 1975 la obra entró en “dominio público” en los Estados Unidos. Entonces la empezaron a pasar en las grandes cadenas de TV, en canales locales y, más adelante, en canales de cable, siempre para Navidad (que es cuando transcurre la historia). Ahí fue cuando explotó: la gente se fanatizó con la película y la convirtió en un clásico, distinción que merecía largamente –tanto Capra como Stewart declararon que era su película favorita de las muchas que habían hecho, juntos o separados. El estudio productor notó esta tendencia y también advirtió algo que, en verdad, nunca les pasa inadvertido: estaban perdiendo dinero. O para expresarlo con mayor precisión, estaban perdiendo la oportunidad de ganar más dinero. Por eso recurrieron a la Cláusula de Copyright de la constitución norteamericana. Esta cláusula reconoce dos hechos fundamentales. Uno, si la gente quiere música nueva o avances científicos, los autores deben ganar plata. Esto hace que el copyright y las patentes sean necesarias. Dos, la cláusula admite que el propósito de los copyrights y las patentes es el progreso de la civilización, pero no una beca perpetua para el dueño del copyright. El avance científico requiere que una patente tenga vencimiento, para que otros puedan incorporar la idea patentada a sus propias ideas y así seguir investigando, descubriendo y progresando. Lo mismo sucede con el copyright; cuando algo es escrito o producido es propiedad de quien lo crea, pero después de un tiempo lógico esta propiedad intelectual se hace parte de la cultura general. No hay copyright vigente sobre las obras de Shakespeare, por ejemplo. ¿Y cuánto dura ese “tiempo lógico”? La primera vez que se determinó fue en 1790. El plazo para el copyright se estableció en 14 años renovables por otros 14. Pero a partir de allí, se fueron agregando correcciones y objeciones para hacer que este plazo fuera cada vez más largo. Esto fue lo que hizo el estudio con “Qué bello es vivir”. Argumentaron que si bien la película ya había entrado en dominio público, el cuento original (“The Greatest Gift”, de Philip Van Doren Stern) no estaba en las mismas condiciones, por lo que la película no podía ser exhibida. El éxito de esta estrategia provocó el hecho de que hoy la película se pase solo dos veces por año, y en la cadena NBC. Un absurdo por donde se lo mire: NBC tiene los derechos exclusivos de un filme hecho hace 63 años, basado en un cuento escrito hace 70 años. Es cierto que no todos los cambios a las leyes de copyright estadounidenses han sido negativos. La primera ley, de 1790, no protegía los derechos de los autores extranjeros, por lo que Charles Dickens, por ejemplo, nunca cobró un peso por sus obras editadas en los Estados Unidos. Los creadores de “Night of the Living Dead” (George A. Romero, 1968) se encontraron con que el distribuidor de la película no incluyó la leyenda de copyright en las copias, por lo que el filme entró en dominio público apenas estrenada y ellos nunca vieron un dólar por su exhibición en televisión o su salida en video o DVD. Las nuevas leyes de copyright aseguran que esto no volverá a suceder, pero también han generado situaciones ridículas: el primer dibujo animado protagonizado por el ratón Mickey, “Steamboat Willie”, iba a entrar en dominio público en 2003, después de 75 años de derechos protegidos (!), pero justo en ese momento el congreso norteamericano le extendió los derechos por otros veinte años. Claro, es Disney. Todas estas presiones de estudios, políticos, abogados y canales de televisión hacen que hoy no sea tan fácil encontrarse con “Qué bello es vivir” haciendo zapping en Navidad. Una lástima: la película sigue siendo una hermosura. Más allá de quién posea sus derechos, nosotros tenemos derecho a disfrutarla una vez más. (Fuente: PJ Media)
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