Observas como un autista la pantalla del computador y alternas la mirada, en intervalos de 2 minutos, con la información que se te entregó para plantear el proyecto. Comienzas a hablar mal de la persona o empresa que te la haya enviado y le comentas a tu compañero que es increíble que te envíen tan poco material para poder trabajar. Empiezas una lluvia de ideas en un papel y descubres que escribiste las mismas palabras que aparecían en el brief, que pones los mismos verbos que usaste en proyectos anteriores y empiezas a pensar en si alguien se percataría de la similitud si sacas una idea un poco parecida a algo que hiciste tiempo atrás. Descartas la idea, no por mala, sino por miedo a que se lleguen a enterar. Comienzas a devorar cuanta información se te atraviesa en internet; buscas referentes, qué está haciendo la competencia y quieres encontrar desesperadamente esa metáfora extraña que podría convertirse en un boom. De un momento a otro, algo surge en tu mente. Copias y dibujas esa chispa que se te acaba de ocurrir, le haces variaciones que no llevan a ningún lado porque terminas por decidirte por la inicial. Revisas con detenimiento el boceto. Lo giras varias veces y relees como esperando encontrar algo que te haga desecharlo, pero no ves nada. Le muestras a tu compañero la idea y él te dice “hay que ver cómo quedaría”, una frase que le permite liberarse de toda responsabilidad si nada llega a funcionar. Te pones como un maniático a plasmar la idea; cuidas cada detalle, cada elemento; trabajas con una minuciosidad extrañamente lenta a tu ritmo normal y es cuando llevas el 10% de lo que estás haciendo que le das cerrar al programa; en un instante perdió todo el sentido y la coherencia porque recordaste una de esas condiciones que pusieron en la junta del proyecto, que precisamente fue la única que no copiaste porque jurabas que recordarías, y decía que no querían específicamente lo que estabas haciendo o simplemente descubriste que no se veía tan bien como pensabas Maldices para tus adentros y decides levantarte por algo de tomar. Divagas por los pasillos y decides tomar un descanso para refrescar tu mente a pesar de no llevar ni una hora de trabajo. Revisas tus redes, analizas qué otros trabajos tienes pendiente y surgen algunas conversaciones divertidas con tus colegas; sin embargo, la espina de la idea que no fluye sigue ahí y se ve en tu rostro. Pequeño ejercicio de observación a mis compañeros de trabajo y, como debe ser, escrito en un estado de bloqueo total. Lo mejor en estos casos no es tanto el hecho de descansar o distraerse. Los bloqueos creativos son una desconexión del mundo como tal, por eso nos tornamos lentos en estas situaciones. El consejo es tratar de traer a tu mente al presente, visualizar tu alrededor y volverlo consciente. De esa manera podrás enfocarte porque, muy probablemente, tenías la cabeza en otro lado. Imagen cortesía de iStock
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