Los términos clínicos describen el Síndrome de Estocolmo como aquel vínculo emocional “evidente” que la víctima llega a sentir por su captor tras un secuestro -hasta el punto de preferir seguir en esa situación de rapto que ser liberado- ¿algo loco no?, pues muchos de nosotros vivimos algo similar en nuestros trabajos. Es obvio que cada quien escoge donde y en qué trabajar, sin embargo, pasa que después de un tiempo vemos que dicho empleo no nos beneficia del todo o simplemente no nos aporta nada profesionalmente, pero como sabemos que la crisis está cada día peor, nos engañamos con la excusa de que “tengo buenos amigos/tengo seguro médico/queda cerca de mi casa/mi jefe es guapísimo/etc”. Érase una vez Un joven llamado Jan Erik Olsson –conocido por sus amigos como janne- estaba paseando por la ciudad con algo en mente para ganar dinero fácil y no era trabajar. Se fue hasta la sucursal del Kreditbank de Norrmalmstrong en Suecia y encapuchados y armado, entró gritando algo así como “Todos al suelo que empieza la fiesta” para después disparar al techo con el objetivo de asustarlos a todos. Jan y tomó a tres empleadas como rehenes a cambio de tres millones de coronas suecas, un automóvil para huir y por supuesto la vía libre para poder hacerlo a gusto, lo más loco fue que exigió a los policías el traslado inmediato de su amigo Clark Olofsson que estaba en la cárcel Y SE LO CONCEDIERON. La situación de rehenes duró 6 días, las tres empleadas, los dos criminales y un empleado que estuvo escondido todo el tiempo pero al término del primer día él mismo se les unió. Allí jugaron cartas, conversaron, se conocieron y aparentemente ya eran amigos amigos. Al cuarto día, la policía taladró el techo con el objetivo de acceder hasta la bóveda donde permanecían aislados, pero Olsson amenazó con ahorcar a los rehenes y nada avanzó. Al sexto día los efectivos policiales accionaron gas lacrimógeno dentro de la bóveda y el secuestrador terminó por rendirse, pero las víctimas no querían salir temiendo que sus captores fueran castigados severamente. En una emotiva despedida con abrazos incluidos, los rehenes contaron a todos lo ocurrido y cómo la personalidad de su captor los mantuvo calmados. “La esclavitud más denigrante es la de ser esclavo de uno mismo” Cuando nos apegamos, identificamos o nos vinculamos de manera emocional con la empresa, los compañeros de trabajo o el entorno en general pero su ambiente es hóstil, sus condiciones son inadecuadas o su estilo gerencial es opuesto a lo que en un principio creías pero aun así te mantienes laborando allí, amigo, usted es un portador del mencionado síndrome. Conozco muchos casos puntuales donde empleados y jefes se combinan entre víctima y victimario. Conozco a un jefe que se queja de su empleado desde el primer mes que entró. Que no hace tal cosa, que no completa aquello pero no lo echa porque “no tengo quien lo reemplace/nadie me va a cobrar así de barato/no puedo dejar el puesto solo”. Yo en algún momento creí tener este síndrome, realmente amaba ese trabajo, era exactamente lo que me imaginaba que era hasta que me di cuenta del ambiente pesado que se respiraba, casi nadie se hablaba, almorzaba sola y la mayor parte del tiempo nadie sabía quién era, pues al estar en una oficina cerrada sin ventanas –la única que había daba a la rotativa- me resultaba incómodo, pero tenía la mejor compañera de trabajo del mundo con la que compartíamos gustos musicales, galletitas t ricos tés. Puede que en algún momento haya analizado si quedarme allí o no pero los contras rebasaron los pro. “Nadie más que uno puede liberar su mente de la esclavitud”
- Conozco a mi jefe y sé cómo hacer que se calme
- No voy a encontrar un trabajo mejor
- La crisis está tan fuerte que ningún trabajo es malo
- Con el tiempo uno se acostumbra
- Así funciona la empresa desde que abrió
- Mejor esto que nada
- Lo que hago es genial, lo que no me gusta es la empresa
Y mi favorita: “Amo lo que hago, aprendo cada día, los compañeros son geniales, mi jefe es un amor pero la empresa trata a sus empleados como basura” – esa es de mi autoría- Ese tipo de excusas demuestran que el síndrome de Estocolmo Laboral es un fenómeno más común de lo que parece, no discrimina profesión, edad, rango o sexo y siempre está asociado a la baja autoestima profesional que nos tenemos sobre todo cuando estamos explorando el universo laboral. En el mundo creativo pasa mucho más, pues casi nunca nos tenemos fe y hasta que no nos dicen ¡ERES EXCELENTE! No nos creemos el cuento. “El ruiseñor se niega anidar en la jaula, para que la esclavitud no sea el destino de su cría” Cuando somos víctimas no nos damos cuenta que progresivamente nuestra autoestima laboral se degrada, dejas de ser pro activo, te llenas de frustración terriblemente, dudas de tu capacidad para ejercer tus funciones y te bloqueas pensando que no podrás hacer otras cosas o “algo más grande”. El núcleo del Síndrome de Estocolmo laboral o empresarial por lo general lo originan los reclutadores y las políticas del departamento de Recursos Humanos pues, cuando la empresa no es capaz de retener el talento salvo con medidas de presión (malos tratos, bajos salarios, hostilidad y prepotencia) jamás y repito JAMÁS van a tener un empleado comprometido con el objetivo de la empresa. Así de sencillo. Lo único bueno que pudiera tener el bendito síndrome sería con nuestros clientes o consumidores, pero si internamente estamos mal ¿Cómo se supone que externamente estemos bien?
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