Hace ya algunos años tuve —junto con un amigo— una revista publicitaria, que implicaba mi primer intento emprendedor. Dado que ninguno de los dos habíamos hecho algo semejante, buscamos el apoyo de un viejo referido que ya había comercializado impresos semejantes. Un día, salí a realizar prospección de campo con este señor a fin de conocer algunas de sus actividades que me permitieran mejorar mis habilidades de venta, y en algún punto comenzamos a charlar: — Tenemos que vender, Alan. — Claro, nuestro producto es atractivo y hay negocios suficientes que quieren promocionarse. — Es más sencillo que eso: este es un mundo consumista, y en un mundo consumista cualquier persona puede vender… En ese momento, la charla se detuvo. Yo estudiaba en esa época mi licenciatura en Mercadotecnia, y el comentario fue como un balde de agua helada para mí. “¿Cualquiera puede vender? ¿O sea que cualquier persona puede salir el día de mañana y decir: soy vendedor? ¿Soy el único que piensa que eso es una vil mentira?” Medité esa frase durante mucho tiempo, y al final creo que esa frase está incompleta: “Cualquier persona puede vender… Pero pocos saben vender bien”. Vender es una actividad que muchas veces es subestimada, y en más de una ocasión he visto personas que ven a las ventas como un trabajo tan sencillo que tiene que ver más con el carisma que con las habilidades. Esto es lo que ha hecho que muchas empresas contraten a vendedores que no dan el estirón porque toman las ventas muy a la ligera. Las ventas implican mucha práctica, escuchar y entender qué es lo que realmente busca tu cliente, ofrecer una solución y no pensar que “se crea una necesidad”. Nuevamente: cualquier persona puede vender si la necesidad que tienen es suficiente, pero una buena venta implica más que el carisma y la labia. Que nadie les diga que vender es fácil porque ellos pudieron vender algo alguna vez. Los tiempos cambian, los clientes también. Imagen cortesía de iStock
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