Dentro del mundo de la publicidad en últimos años se ha creado una red de prostitución cultural, en donde no se ha creado un debido equilibrio entre la cultura como un objeto de conservación y un objeto de publicidad, sobre todo en las indicaciones geográficas o de procedencia. A medida de que conocemos la procedencia de un producto, es la medida que podremos estimar cuál es la calidad del mismo, puesto que en nuestro país existen desde los buenos hasta los malos parámetros de comparación. Retrocediendo un poco es necesario decir que una indicación geográfica son signos utilizados para distinguir productos que tienen un origen geográfico concreto y cuyas cualidades, reputación y características se deben esencialmente a su lugar de origen. Por lo general, la indicación geográfica consiste en el nombre del lugar de origen de los productos. Los datos que últimamente han estado emergiendo con relación a como la derrama económica de los Estados depende de la procedencia de los productos, nos han tomado por sorpresa y de manera directa están orillando a los Estados a replantear el modo en que se comercializan los productos típicos y culturales. Cada vez es más aceptada la teoría de que convertir cultura en mercancía no solamente la devalúa, sino que permite intercambiarla, arraigarla para obtener una fuente económica que de cierta manera se ha mantenido subexplotada, sobre todo en algunos Estados faltos de atracciones turísticas. También es de suma importancia tratar de visualizar los productos típicos dentro de un equilibro entre un objeto de conservación y un objeto de mercadotecnia, con la finalidad de conservar la derrama económica que se genera a través de la publicidad, puesto que actualmente la riqueza cultural es uno de los principales recursos que adecuadamente contribuyen al turismo, a la generación de empleos, etc. Una vez que se logre visualizar nuestra cultura en un punto medio entre un objeto de conservación y un producto del mercado, publicitarlo resultará más simple, claro, sin llegar con esto nuevamente a la prostitución de la cultura, pues lo que se pretende es hacerla resaltar. Por lo que es fundamental saber cómo hacer pasar expresiones culturales a productos, toda vez que no basta solamente con la voluntad de la sociedad sino que debe de apoyarse con diversas figuras de la propiedad intelectual para lograr construir pilares fuertes, consolidarlos para lograr tener mayor derrama económica y herramientas para pelear no solamente en el mercado sino legalmente. En nuestro México tenemos un catálogo muy sofisticado y amplio en cuestión de derechos a favor de los productos culturales que va desde el registro de una marca colectiva, indicaciones de procedencia, hasta los intrincados hilos de protección internacional concedida a denominación de origen, así como lo ya conocidos derechos de autor que nos permiten registrar las demás creaciones típicas y culturales como telares, artesanías, música o pintura. Por lo que no existe excusa alguna para permitir que a través de la publicidad se siga prostituyendo la cultura, el objetivo de comercializarla es para obtener una mejor derrama económica no para devaluarla, ni para permitir el mal uso o la explotación ilegal por el fácil acceso a los mismos. Lo he repetido desde mi primera aportación, el círculo perfecto de un producto está en tener cubierto la buena publicidad, la mercadotecnia y la buena protección a través del registro que mejor le vaya. AUTOR Cristian Lozano Joven Abogado y emprendedor, amante de la música, adicto a las letras, aprendiz de escritor, enamorado del derecho con una afinidad al Derecho de Propiedad Intelectual. Imagen cortesía de iStock
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