Hoy día, confundir un grupo de personas con un equipo de trabajo está a la orden del día aunque sean dos escenarios muy diferentes. Los equipos se diseñan para obtener rendimientos de empresa acorde a los objetivos y se conforman con profesionales afines y con competencias complementarias. Pero queramos o no, la mediocridad es una pandemia que hasta la fecha no ha sido tratada ya que el enorme volumen de seres humanos que atenaza es demasiado elevado para acometerla con éxito. Aparte, es una enfermedad que al no tener síntomas para el afectado es difícil de asumir y, en la mayoría de ocasiones, se proyecta despreciando el diagnóstico y la prescripción. Y claro, acometer un cambio global cuando el tratamiento es personalizado es casi una imposibilidad, de ahí que la semilla de la comodidad inútil contagiada por volumen y la crítica sobre el que se muestra diferente, siga germinando con gran virulencia. Ya en los años 50, Solomon Asch demostró experimentalmente que la presión social sobre las personas puede inducir voluntariamente al error, lo que en la actualidad sigue siendo fácilmente demostrable e influye, de forma drástica y dramática, en el desarrollo de las personas y las empresas. ¿Por qué tenemos miedo a ser mejores? Para muchos este hecho pasa desapercibido pero la incidencia que tiene en la empresa que sus profesionales varíen posturas contrastadas por el simple hecho de no desentonar en un ambiente, es de amplio recorrido y conlleva consecuencias. ¿Y qué tiene que ver el miedo a desentonar con el miedo a ser mejores? ¿Y ello con los equipos? Pues que ambos son miedos y ambos nos posicionan en franca desventaja en un mercado altamente conectado y competitivo. El primero porque nos convierte en mediocre, aunque no lo seamos y el segundo porque, consecuencia de la necesidad de ser reconocido como un igual en el entorno, la inquietud por mejorar con objeto de diferenciarnos queda aletargada. Y un equipo contaminado por estos miedos, es una fuga de rentabilidad para la empresa. Actualmente la presión social es una falacia que las modas han convertido en la realidad de muchos y que el tiempo está transformando en el fracaso de esos mismos. Es muy gracioso y triste a la vez ver cómo sigue habiendo profesionales que buscan crédito visual apoyándose en la marca de su coche de empresa o en quien jugaron al golf el fin de semana. Y estos profesionales siguen soñando en que los demás les ven como excelentes simplemente por contagio de algo que, en verdad, no es de valor. Cuanta tristeza abandera esa posición social y qué peligroso es someter a nuestra juventud a ello, los futuros profesionales de nuestro país. Seguimos viviendo tiempos convulsos donde el degenerado escenario político ha condenado el desarrollo de las empresas y los autónomos. Por ello, el profesional y el empresario deben, ahora más que nunca, arrimarse a ellos mismos, a sus capacidades y, fieles al conocimiento de sus limitaciones, definir planes estratégicos donde la excelencia personal, los contenidos de valor de empresa y el desarrollo de su marca personal, empresarial y de producto en entornos sociales digitales, les permitan diferenciarse de modelos enfermos. ¿Pero qué mecanismos inducen a una persona a no querer mejorar por miedo a destacar en el entorno en que se mueve? ¿Qué ocurre cuando tengo elementos gregarios emisores de desidia en mi equipo de trabajo? Aquí os dejo algunas de las causas y cómo podemos reorientarnos para modificar los efectos: LA IGNORANCIA Ignorar es seña de humanidad y para nada es un concepto peyorativo. Pero no hacer nada para solucionarla es indicativo de mediocridad y desidia. En este país no sólo se penaliza en alto grado el error, sino que la ignorancia, si es en grupo, se potencia y fortalece. Desconocer e ignorar son sinónimos, pero no suenan igual ya que el primer verbo parece indicado para los que quieren aprender mientras que el segundo, para los que no son capaces o deseosos de hacerlo. Es sólo un espejismo, pero no es menos cierto que cuando llamamos ignorante a alguien, la fuerza del adjetivo nos genera una imagen mental diferente. No querer conocer por miedo a ser diferente es una moda extendida que nos impide ser mejores. Muchos profesionales tantean el grado de conocimiento de sus entornos y, si se sienten cómodos con lo que saben, tienden a seguir así. Aunque la ley del mínimo esfuerzo sea una ley espiritual del éxito, su aplicación errónea en empresa sigue dañando al profesional y penalizando a la misma. Retos para el equipo: detecta el problema y comunícate con él directamente. Aporta valor de conocimiento y un canal de comprensión orientado a visualizar en esa persona sus valores de crecimiento personal. Destaca siempre su capacidad de aprendizaje y fomenta la comunicación intra equipo para englobarle en un entorno de crecimiento y búsqueda de la excelencia. EL MIEDO El miedo es la emoción que despierta el desconocimiento en las personas que prefieren la aceptación global y la comodidad. Tener por premisa la generación de miedo en lugar de curiosidad va contra cualquier proceso de crecimiento empresarial que quiera activarse, de ahí la dificultad de prosperar. Cuando el miedo infecta un equipo hay que vacunarlo cuanto antes, determinando qué causó la infección y a qué nos enfrentamos porque el miedo es patológico y muy contagioso. Retos para el equipo: destaca el valor efectivo de una mejora con ejemplos centrados en casos de éxito como mecanismo de adaptación al cambio y que permita asumir la curiosidad como derivada del desconocimiento. Induce a tu equipo a afrontar en lugar de confrontar, a respirar en lugar de transpirar, a analizar en lugar de penalizar. El miedo no motiva aunque muchos empresarios sigan creyendo en ello. LA ENVIDIA Es un mal endémico ligado al miedo. Y la envidia sana no existe. Parece lógico errar porque no estamos muy acostumbrados a hablar o escribir sobre las emociones, pero si la envidia es un sentimiento de tristeza, rabia o desazón por algo que otro tiene y uno desea, no es posible apreciarlo en positivo apelando a la envidia. Y la envidia induce a la crítica y al descrédito. Cuando alguien es mejor que nosotros, en lugar de ser alabado es criticado en un vago y triste intento de auto justificar el por qué nosotros no somos igual de capaces. Retos para el equipo: por encima de todo, asume de su existencia. La envidia es fácil de detectar, pero sí difícil de reconocer, por ello el conocimiento y la acreditación personal por competencias es el camino a seguir. Al ser una emoción hay que descender hasta la esencia de la persona y trabajar su inteligencia emocional, no tanto atacando las creencias limitantes como potenciando los valores del profesional. LA SOBERBIA Ese tan conocido sentimiento de superioridad. ¿Qué hace que alguien desee ser superior a otro cuando tenemos claro por genes y conciencia que todos somos iguales? Pues erróneamente a lo que pueda pensarse es la ausencia de conciencia. Las personas que se sienten inferiores a los demás son los que más suelen optar a comportamientos basados en la soberbia y la prepotencia. En entornos empresariales la soberbia suele relacionarse con el éxito, aunque tener éxito no implique, en absoluto, la asunción de la misma. La soberbia va ligada a la persona por eso es tan fácil usarla en el ámbito profesional. El profesional soberbio enseguida sobresaldrá en un claro ejercicio de demostración de estupidez humana al creerse más que sus compañeros. Es curioso que, aunque lo de ser creído parece rancio y huela mal, la soberbia sigue enraizada en muchos profesionales que suelen acreditarse por el crédito de terceros. Mucha gente cree que parecerán más «importantes» por fotografiarse o salir a cenar con gente «importante». ¿Importante? ¿Qué significa eso? Retos para el equipo: detectar y anular. Hay que destacar que una de las características que convierten un grupo en un equipo es la igualdad de corazón y mente. Debes conseguir que todos sean capaces de aunar sus flujos de actuación ascendente (emociones-lógica) y nadie pase la lógica por encima de las emociones. Y si tu equipo es emocionalmente fuerte, apóyate en él para reconducir al soberbio. Sea como sea, partimos de las personas para, pasando por los profesionales, convertir las emociones en reacciones y las estrategias en objetivos cumplidos. No dejemos que el miedo a ser diferentes nos convierta en más de lo mismo en un mundo de iguales.
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