Enjuiciar a alguien, en el ámbito legal, es un tema altamente delicado y complejo y se parte, o se debería partir siempre, de la presunción de inocencia, lo que conlleva el uso del término «presunto» como máximo exponente de la situación. Entonces, ¿por qué cuando nos llevamos el juicio al terreno del valor nos es tan fácil inculpar a alguien o algo erigiéndonos en juez, jurado y verdugo? En una sociedad como la actual donde el «postureo» se ha convertido en una pandemia intratable y en el hogar de muchos profesionales, el prejuicio es el arma que blanden en pos de una conquista que nada tiene que ver con su papel como empleado de una empresa. Dicen que cada persona es un mundo lo que nos coloca ante una diversidad abrumadora, pero no es menos cierto que también existe todo un universo de entornos de acercamiento social, fruto del carácter gregario del ser humano. Desde el principio de la Humanidad, ser diferente ha sido penalizado, una tara que ha llegado a extremos persecutorios amparados incluso por quebrantos de vida. Y esa búsqueda del diferente, inducida y protegida por minoritarias mayorías, ha transformado al ser humano en alguien poseedor de una indiferencia alarmante sobre lo que le ocurra a los demás, mientras entre esos demás no se encuentre él. Y no, no pensemos que eso sólo pasaba en la Edad Media, actualmente nos encontramos mentirosos compulsivos que traicionan al compañero de departamento por evitar su responsabilidad en una acción frente al jefe o profesionales de la venta que, haciendo uso de su capacidad mimética emocional, entrañan amistad con sus directos competidores en un acto expreso y diáfano de captación de información privilegiada para su propio beneficio. ¿Supervivencia? ¿Incapacidad? ¿Indecencia? ¿Maldad? Pienso que un poco de todo y algo más de lo que me dejo. Cuando hablamos de supervivencia siempre ejemplificamos el reino animal, pero ninguna especie es tan despiadada como el ser humano cuando se trata de hacer algo contra los de su misma especie, sobre todo porque la civilización nos ha permitido relegar casi al olvido la supervivencia. Porque aquí no hablamos de sobrevivir, hablamos de prosperar que es muy diferente. Si prejuzgamos, no avanzamos. El prejuicio en el entorno empresarial es abrumador, incontrolable en el día a día e incalculable en volumen, dañino para el profesional mismo que lo ejecuta y contraproducente para la empresa a la que representa y es, sin lugar a dudas, uno de los azotes cognitivos más dramáticos que afectan a la velocidad de crecimiento de la empresa. Y, sin embargo, nadie habla de él, nadie trata en su entorno profesional de subsanar los confusos procesos de comprensión que nos convierten en jueces de todo con conocimiento de nada. Y si no se maneja es porque el prejuicio está tan enquistado a nivel personal, profesional y empresarial que todos estamos metidos, en un grado u otro, en el fango que genera. Pero seamos claros, si un comercial es despedido por no cumplir objetivos, lo que redunda negativamente en el desarrollo de la empresa, ¿por qué no actuamos contra el prejuicio, que es igualmente destructivo para el mismo? Porque el primer paso es identificarlo, adquirir conciencia de que mora en nuestras oficinas y aflorarlo para ponerle solución. Estamos hablando de una cuestión ética, ¿no está la ética tan en boga en estos tiempos? ¿Y cómo podemos identificar el prejuicio profesional para tratarlo? ¿Qué indicadores nos ponen en su pista? PRIMERO UNO MISMO Es el primer paso, si uno mismo no se dignifica como persona, mal vamos. Por regla general, los caballeros del prejuicio abanderan la soberbia y la prepotencia cual Excalibur, sintiéndose por encima del bien y del mal y apelando a una fosilizada idea de que sus apreciaciones y puntos de vista son, no sólo siempre correctos, sino los únicos válidos. Y si eres así como persona, no serás mejor como profesional. Más diré, ese virus que viaja en vena se reproduce sin control y es altamente contagioso, consecuencia del concepto de rebaño social. Muchos prefieren no ser quienes son antes que el rebaño les aparte por no ser como ellos, un planteamiento aberrante pero sedimentado y demasiado extendido. Y todo pasa por un tema cultural y educativo, como siempre. Sino, ¿por qué está tan extendido el concepto que pensar en uno mismo es no pensar en los demás? lo que provoca, en más ocasiones de las que la empresa necesita y puede soportar, que se confunda el egocentrismo con la búsqueda de la excelencia. No seamos más mediocres de lo que ya somos y luchemos contra esta infección vírica. POLÍTICA DE EMPRESA Es un tema prioritario, de los que deben tallarse en mármol a la entrada de la empresa y grabarse en bajorrelieve en la mesa de cada profesional. La empresa, como máximo representante de unos valores y compromiso hacia el tejido empresarial y la sociedad y siempre a través de su marca, es responsable de definir políticas éticas internas que traten patologías profesionales, prescribiendo procedimientos internos de prevención y tratamiento. Culpar a las personas no es una solución, es una excusa porque la responsabilidad final a la hora de transmitir y comunicar es de la empresa. Todos tenemos claro que el flujo de imagen de un profesional se activa dentro de la empresa, se perfila, se potencia y luego se proyecta al exterior. De ahí la importancia de la capacitación profesional, de una sana y exquisita gestión de los equipos de trabajo y de unos mecanismos correctores definidos sobre los planes estratégicos de crecimiento anual. Si la empresa no impregna al profesional de un recubrimiento ético, de poco sirve culparle cuando el prejuicio induce a la pérdida de negocio o a acciones que afectan directamente al daño reputacional de la empresa. DAÑO REPUTACIONAL Altamente vinculante y tristemente ignorado. Es difícil de procesar que a las puertas de 2017 exista un porcentaje de empresarios, profesionales y empresas mucho mayor de lo que necesita un país, que no entiendan ni aprecien la reputación de su marca. Así, tal cual lo redacto, tal cual me lo cuentan. Eriza el vello recibir discursos de empresarios que, con un desconocimiento absoluto de la importancia de la visibilidad de su marca y de lo que transmite, se ríen literalmente del valor de lo que representa. La ignorancia es muy peligrosa, hace que la gente se ría de muchas cosas porque, desde su desconocimiento inconsciente, las prejuzgan y te encaran con soberbia cual ponentes académicos cuando no entienden que el problema lo tienen ellos, no el receptor de su perorata. Y éste es uno de los efectos más destructivos en la empresa actual, el saberse conocedor de todo cuando en verdad, su estado de enquistamiento heredado de procesos arcaicos, los sitúa en puestos de expulsión del mercado. Pero ellos siguen prejuzgando y decidiendo que su empresa no debe cambiar porque lo que han hecho hasta la fecha es perfecto. ¿Por qué invertir en la reforma de mi empresa para potenciar el negocio cuando necesito cambiar el motor de la lancha este invierno? ¿OS suena? Oscar Wilde dijo «si nosotros somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos», quizás es momento de atender este precepto y evolucionar.
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