Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe hace referencia a cuatro tipos principales de ejércitos que un principado podía llegar a tener en 1513 (año en que fue escrito el libro): ejércitos propios, auxiliares, mercenarios y mixtos. Los ejércitos propios fueron aquellos que cada principado construía a través de los años y con sus hombres, siendo la lealtad al Rey uno de sus principales atributos, ya que, literalmente, lo defendían con su sangre. Por otro lado, los ejércitos auxiliares se caracterizaron por ser ejércitos “prestados” o temporales, provenientes de otros reinos por favor de un rey aliado, y, aunque buenos, no tenían el nivel de lealtad de los ejércitos propios y de acuerdo a Maquiavelo, representaban un riesgo, ya que el trato entre reyes podría romperse y este ejército pasaría a ser enemigo. Los ejércitos mixtos serían una combinación de ejércitos propios y mercenarios, (que es el tipo de ejército en el que se busca ahondar en este artículo). Los ejércitos mercenarios fueron ejércitos “de contrato”, como lo que hoy en día sería algo parecido a un outsourcing. Se trataba de guerreros entrenados con la más alta capacidad de milicia, ya que éste era su “atractivo de venta”, y peleaban por su propio interés personal y económico, con un precio de por medio. En tiempos de Maquiavelo, y durante mucho tiempo en el que los territorios eran ganados a través de guerras, los ejércitos mercenarios fueron mal vistos, considerándose desleales, y para un soldado regular, ser mercenario era un insulto. Épocas donde la lealtad y el honor eran virtudes sumamente apreciadas, los mercenarios, aunque letales en la técnica y preparación, tuvieron siempre el estigma negativo de anteponer su propio interés. Maquiavelo, en El Príncipe advierte sobre los ejércitos mercenarios: “… el príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, porque son ambiciosos, desleales, valientes entre los amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos; porque no tienen disciplina, como no tienen temor de Dios ni buena fe con los hombres; de modo que no se difiere la ruina sino mientras se difiere la ruptura; y ya durante la paz despojan a su príncipe tanto como los enemigos durante la guerra, pues no tienen otro amor ni otro motivo que los lleve a la batalla que la paga del príncipe, la cual, por otra parte, no es suficiente para que deseen morir por él.” (Maquiavelo, N. (1513) El Príncipe. Capítulo VII) En otra obra literaria, vuelve a mencionarse a este tipo de ejércitos: “En Galicia, las hermandades resistían, pero su preparación y su armamento poco podían hacer en contra de soldados profesionales, mercenarios que se vendían al mejor postor.” (Olivares, J. (2012), Isabel. Barcelona: Editorial Plaza & Janés) Al leer esta frase, y específicamente las últimas líneas, en las que se habla acerca de soldados profesionales, mercenarios que se vendían al mejor postor, puede resaltarse una gran similitud con la cultura profesional que se tiene en la actualidad. Podríamos decir que nos encontramos en una época de profesionales mercenarios. La lealtad, antes virtud tan apreciada, se ha convertido en un mero sinónimo de mediocridad, y se ha enseñado a anteponer los intereses personales por encima de todo, buscando siempre un crecimiento profesional. Sí, vendiéndonos al mejor postor. Con esta analogía no quiero dar a entender que buscar los intereses propios en el ámbito profesional sea un mal enfoque, al contrario, creo que la pérdida del valor de la lealtad y la búsqueda exclusiva de intereses personales en el ámbito profesional tienen un trasfondo: La gran mayoría de empresas contratantes se han encargado también de velar por sus intereses únicamente, vejando muchas veces los derechos de sus trabajadores o no otorgándoles nada que los beneficie integralmente como personas. Poca o nula lealtad se paga con la misma moneda, y es por ello, que al encontrar un mejor postor, un profesional preparado puede venderse sin miramientos, y con toda la razón del mundo. El equilibrio y cuidado de una empresa por sus trabajadores puede generar mayor lealtad, logrando que un ejército mercenario se convierta en un ejército propio, donde ambas partes resultan beneficiadas. De esta manera, el crecimiento no se encuentra peleado con la lealtad, y ésta puede volver a adquirir valor. Sin duda alguna los tiempos han cambiado, el ritmo de cambio en todos los ámbitos se ha acelerado y eso incluye los cambios a nivel laboral; el ser “mercenario” o no pasar 10 años en una misma empresa no tiene que ser sinónimo de ambición y deslealtad, siempre y cuando exista un verdadero compromiso presente de ambas partes cuando hay que pelear batallas actuales.
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