Hace un par de semanas viajé a la capital de mi país para disfrutar del concierto de uno de mis artistas preferidos; debido a ello, y a las fiestas de fundación de la ciudad, ésta estaba bastante concurrida. Fue un fin de semana agotador, pero bastante interesante. Durante mi estadía pude ser partícipe de actividades insignias de turismo de la ciudad; mi grupo de amigos y yo nos movimos de norte a sur por toda la urbe. Observé que en cada esquina, y más de lo normal, se extendían pancartas, vallas publicitarias, comerciales de marcas en pantallas gigantes; en sí, la ciudad estaba envuelta en logos de un sinnúmero de marcas tanto nacionales como internacionales. No sólo yo, una publicista, pude darme cuenta de ello: dos de mis amigas también lo notaron, mencionando una frase bastante interesante: “¡Qué horrible! Tanta publicidad daña el panorama”. Duele admitirlo, pero tenían mucha razón; el ruido que ocasionaban estorbaba tanto que no permitía observar a la ciudad, sus patrimonios culturales y atractivos. A pesar de tener una lluvia de marcas gritándonos constantemente, puedo asegurar que nunca, en ningún momento de mi estadía, tuvimos un acercamiento adicional con alguna de ellas, además del desprecio que sentíamos porque “estaban en todos lados”, pero no le prestábamos atención a ninguna. Sin embargo, cuando ya en el concierto, una amiga mía compró una gaseosa que a mi parecer no es la mejor. Dialogamos acerca de ella algún rato, hasta que concluyó: “Puede ser que ésta tenga el mismo componente y sabor que todas, pero yo nunca dejaría a mi marca por nada, simplemente la amo”. Algo hizo clic en mi cabeza, ¿cómo esa marca logró tal fidelidad, pese a que otras de bebidas nos gritaban que por favor las veamos y compremos su producto 24/7? Una marca no tiene que gritar ni estar presente dentro de la vida de su consumidor todo el tiempo; veámoslo como una relación: si uno de ellos se vuelve posesivo con la otra persona, la relación comienza a sufrir hasta que se termina. Lo mismo sucede entre las marcas y su grupo objetivo; los anunciantes tienen que saber cómo colarse a las conversaciones de las personas sin ser invasivas, ruidosas y molestas. Después de mi experiencia puedo concluir dos cosas:
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Uno mantiene lo que no ata: es hora de forjar lazos más fuertes con nuestro consumidor, dándole su espacio.
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Fue el mejor concierto de todos y, pese a tener más de 15 patrocinadores, no recuerdo el nombre de ninguno, pero sí la marca de la camiseta que llevaba el artista; gran product placement *wink*.
AUTOR Alejandra Borbor Soy redactora por profesión, comunicadora por decisión y creativa por convicción. Me considero recursiva: adquiero nuevas ideas a partir de la música, el arte, el baile, la pintura… Es por eso que creo que todos somos idealistas y capaces de crear un mundo completamente distinto. Estoy aquí para extirpar mis ideas y compartirlas como a libro abierto, ¿listo para comenzar?
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