Durante toda mi vida laboral y personal he llegado a comprender que existen ideas irrepetibles que sólo nacen en la mente de una persona y no pueden concebirse de la misma y exacta forma en la cabeza de otra. Un ejemplo: si yo digo “elefante morado”, muchos lo pueden imaginar como caricatura, otros de carne y hueso, pero estoy completamente segura de que una idea no se les ocurrirá nunca a dos individuos. Desde que somos pequeños, celebramos cada una de nuestras creaciones; en la niñez, cada cosa que inventamos (dibujos, rimas, canciones, bailes…) son nuevos, distintos, y llaman la atención de todos; creemos que somos creativos porque hemos creado algo que nadie había hecho jamás y la definición de esta palabra se transforma en “lo que otros creen que somos”. A cada paso que damos, creemos que la subjetividad juega un papel importante y determinante: lo que unos consideran ingenioso, otros ordinario. Consideramos que la habilidad de “crear” no es sólo lo que nosotros creemos, sino que una idea tiene más de una variación, y que siempre es imperativo dejar el espectro abierto a la duda: ¿qué es?, ¿cómo se hace?, ¿qué significa? Ahora, cuando comencé a desarrollarme laboralmente como redactora creativa, era común encontrarme en la silla de mi escritorio dando vueltas viendo al techo y pensando en algo disruptivo; cabe mencionar que mis primeras ideas eran tan rudimentarias como un jingle de comida rápida: común, aburrido y sin impacto. Paso a paso fui comprendiendo que la creatividad de mis ideas era completamente proporcional a las experiencias que tenía, la gente que conocía, los viajes que realizaba, las películas que veía, canciones que escuchaba, entre otros. Sentarme a pensar una idea ya no era dar vueltas a lo mismo: era básicamente salir, conocer, probar cosas nuevas. Todo eso se transformaba en material que seguramente me ayudaría a conseguir lo que quería: una buena idea. Ahora que me encuentro inmersa en el mercado de las ideas, el marketing y los copies enganchadores, puedo decir que el meollo del asunto, el centro, donde las papas queman, no está en la subjetividad del consumidor de mi pieza creativa o en lo que unos me digan o dejen de decir, tampoco es ser disruptivo y pensar en cualquier cosa rara y bizarra que pueda llamar la atención; la creatividad irradia de la propia cabeza de su creador. Es la capacidad de CREAR una idea como forma de expresión; es decir, todo lo que se encuentra dentro de una persona trasladado al papel, a una pieza gráfica, una canción, una campaña, un baile. Es dejar de hacer las cosas para impresionar e impactar, sino para ser libre. Esto es lo que tiene que comprender un publicista: esclavizarse a un cliente no le permite explorar por completo su potencial. Ellos son socios estratégicos, la cooperación y confianza es la clave para que la creatividad pueda nacer en su máxima expresión. AUTOR Alejandra Borbor Soy redactora por profesión, comunicadora por decisión y creativa por convicción. Me considero recursiva: adquiero nuevas ideas a partir de la música, el arte, el baile, la pintura… Es por eso que creo que todos somos idealistas y capaces de crear un mundo completamente distinto. Estoy aquí para extirpar mis ideas y compartirlas como a libro abierto, ¿listo para comenzar?
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