Tal vez usted no lo sepa, y lo más seguro es que no le importe, pero al año mueren alrededor de 10 personas por ataque de tiburón.
Lo que sí le puede importar es lo siguiente: cada año mueren alrededor de 43 personas en el mundo por culpa de las selfies.
Nadie, ni la más pesimista versión de Umberto Eco o de Gilles Lipovetsky, pudo augurar hace 10 o 20 años el peligro mortal de la imagen y su seducción en nuestra era.
Pero es cierto, un estudio dado a conocer la semana pasada revela que entre octubre de 2011 y noviembre de 2017 fallecieron, al menos, 259 personas en todo el mundo a causa de las selfies, un promedio de 43 por año.
Habrán voces que aseguren: “no murieron por la selfie, sino por la imprudencia”, y muy probablemente se sustituya esta última palabra (imprudencia) por algún sinónimo que no se podría reproducir en este espacio. Pero lo cierto es que esa es la estadística, y puede haber tanto de descuido en padecer el ataque de un tiburón como en caer de un rascacielos por culpa de una fotografía.
Vivimos un momento en el que se reinventan conceptos como el de “marca personal”, “identidad”, e incluso el de “existencia” –las personas viven a la par en el mundo físico y en el digital, y esa separación se ha borrado a tal grado que una selfie pensada para la vida digital puede terminar por matar a alguien en el mundo físico–.
Así, ya podemos empezar a delinear la importancia de la fotografía no sólo en el presente, sino para un futuro en el que la vida digital parece que terminará por absorber buena parte de la cotidianidad.
La generación Millennial es la que ha encabezado este proceso e incluso se juega, literalmente, la vida en ello.
¿Y usted cómo se construye su identidad a través de la imagen?
Acá caben mil respuestas, pero lo cierto es que prácticamente todos hacen un esfuerzo por mostrar su lado más feliz, sus momentos inolvidables con familia, mascotas y amigos, su historia perfecta de vacaciones o sus desayunos y comidas fuera de casa.
No importa que esto suceda una vez al día o que esa “felicidad” solo se haga presente una vez al mes o al año: hay una necesidad compulsiva por compartir, e incluso competir, en ese universo digital, lo que cada quien interpreta como una vida de ensueño. Su propia vida de ensueño.
La fotografía resulta el medio elemental para comunicar esos momentos. Luego, el video, y después numerosas herramientas para compartir una ubicación en una ciudad lejana o para evaluar el restaurante de sushi de moda y presumirlo cuanto antes.
El avance tecnológico y la, cada vez más portátil, High Definition ha venido a provocar un cambio también en el concepto de fotografía: pasó de arte a deporte extremo en algunos casos. Al mismo tiempo, nos confirma lo que hemos sostenido aquí desde el inicio: no es lo mismo fotógrafo que fotografiante.
Lo importante aquí es recordar que, hasta antes de la moda de la selfie, el máximo valor de una imagen era su registro histórico o el dinero que alguien pudiese pagar por ella. Ahora puede llevar una vida de por medio.
La próxima vez que viaje a la playa y tema adentrarse a los riesgos del océano, recuerde que mayor peligro hay en quedarse en el hotel y hacerse una selfie. Disfrute la vida.
AUTOR Jonathan Klip Fotógrafo profesional, padre y esposo, director de @RECREAMKT The Happy Coompany. @Jonathanklip e Instagram: @jonathanklip
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