La historia que me sé, es que la señora Bertha Toledo nació en el pueblo de “el Espinal” cerca de Juchitán en el Estado de Oaxaca en el año de 1920. Quince años más tarde ya estaría casada con un joven militar y para sus 20 años ya daría a luz a su hijo primogénito en la ciudad de Cuernavaca. Después tendría otro varón y un par de años más tarde, traería al mundo en la ciudad de México a la hija que siempre quiso.
Bertha no habló castellano sino hasta los 13 años, pues allá en El Espinal, todos se comunicaban en zapoteco, dialecto que utilizaría siempre con sus hermanos cuando los visitaba en Ixtepec y que también utilizaba para los regaños esporádicos a sus nietos, mismos que nunca entendieron una sola sílaba de lo que la abuela gritaba en esa lengua extraña.
La señora Bertha siempre fue elegante. Poseía ese tipo de porte que tienen los indios que no tienen ningún complejo y lucía de manera regia su huipil y enaguas con joyería artesanal del itsmo así como un conjunto Chanel y un Rolex. Daba igual, ella era una gran percha.
Y aún y cuando siempre tuvo ayuda doméstica, pues el joven militar hizo una exitosa carrera hasta llegar a ser un General de cuatro estrellas, la señora Bertha siempre cocinó para toda su familia. Comida típica Oaxaqueña, con el sazón único que sólo ella sabía darle.
Era una mujer chapada a la antigua. Arreglaba una mesa para los niños y una para los adultos y su casa propiciaba esa atmósfera para que en ambas mesas, nunca hubiera un silencio incómodo sino todo lo contrario. Era un foro de pláticas interminables y escenario de travesuras sin límites.
Hablaba poco. Pero cuando hablaba siempre eran las palabras correctas. Ella sabía qué consejo era necesario y lo regalaba sin miramientos. Y a pesar de no ser la típica abuela consentidora y melosa, ninguno de todos sus nietos dudaría jamás de su devoción y cariño incondicionales.
Una mujer que nunca se cerró a la posibilidad de asombro y que día a día esperaba aprender algo nuevo. Que aún a sus ochenta años todavía asistía vigorosamente a sus clases matutinas de aeróbics y que a la menor provocación ya estaba trepada en un avión para ir a ver a sus nietos a Austin o a Madrid, o arriba de un barco para cruzar en una aventura por el Éufrates con su hija y su nuera o montada en una casa rodante para irse de roadtrip por la costa este de los Estados Unidos de Norteamérica.
Una mujer independiente que enviudó joven, pero que vivió todo lo que quiso vivir. Sin remordimientos y siendo el ejemplo de lo que una ama de casa, una abuela, una amiga y una mujer deben ser. Anoche a las siete, doña Bertha Toledo de Elizalde, mi abuela de 95 años, dejó de existir. Una guerrera que venció 3 infartos cerebrales ayer ya no despertó. Se quedó en su cama desde muy temprano y ya no abrió los ojos. Esperó a que todos sus nietos se despidieran de ella y solo entonces dio su último respiro.
No estoy triste. Básicamente porque ella fue muy feliz. Si acaso me hubiera gustado tenerla más tiempo alrededor, para que aconsejara y abrazara más a mis hijas. Sé que ellas lo hubieran atesorado en un futuro. Pero bueno, la vida es así: unos llegan, otros se van y otros nos balanceamos en el medio. Hasta pronto señora Bertha, ya nos estaremos viendo. Buen jueves tengan todos.
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