“Cada aliento que tomes, cada movimiento que hagas, cada paso que des… te estaré vigilando. Todos y cada uno de los días, cada palabra que digas, cada juego que juegues, cada noche que pases… te estaré vigilando. Oh, ¿no alcanzas a ver que me perteneces?”
Ok, lo anterior son las primeras líneas de Every breath you take de The Police, pero bien podría ser la voz del algoritmo.
Una vez leí en Twitter: “Si algún día sientes que no le importas a nadie, recuerda que hay cientos de algoritmos aprendiendo de tus gustos y hábitos para darte servicios más personalizados”. Y sí, los algoritmos son nuestros stalkers personales que día a día extraen información de nosotros para mejorar su programación.
¿Qué es un algoritmo?
Dejemos claro qué significa esta palabra -tan de moda últimamente-: por más complejo que suene, un algoritmo no es más que una serie de instrucciones/datos para cumplir determinada acción. Por ejemplo, digamos que la acción a resolver es multiplicar, para lograrlo necesitamos matemáticas básicas: conocer los números, saber sumar, etc. Una vez que tengamos esa información, podemos hacer todas las multiplicaciones que queramos, pero, ¿qué pasa si queremos resolver un trinomio al cuadrado perfecto? No nos alcanza con el conocimiento necesario para resolver una multiplicación, por lo que necesitamos buscar más información (álgebra). Sin embargo, a diferencia de las matemáticas, los humanos somos todo menos “exactos”: ninguna máquina posee el conocimiento necesario para predecirnos, por eso constantemente están aprendiendo de nosotros.
Simplifiquémoslo con una referencia amigable: Baymax (Big Hero 6). ¿Su tarea? Ser un buen asistente médico, la información que poseía giraba alrededor de cumplir dicha tarea, pero cuando se enfrentó a un “problema” que no supo cómo resolver, bajó la información de internet, la juntó con la que él ya tenía y aprendió. La siguiente vez que se enfrentó a algo parecido, ya sabía como actuar.
¿Y cuál es el problema?
A través de nuestra conducta digital (búsquedas en google, intereses en redes sociales, etc), los algoritmos aprenden de nosotros; y no sólo se quedan ahí: han logrado conocernos tan bien que son capaces de controlarnos.
Te lo pongo así: tú estás muy feliz en Facebook. Has estado hablando de viajes, revisando vuelos, etc; y de pronto en tu timeline ves el anuncio de una maleta exactamente cómo la necesitas, o una excursión al destino al que vas, o quizá descuentos en hoteles o trajes de baño. Los algoritmos de Facebook reconocieron que quieres viajar, saben lo que puedes necesitar durante el viaje y te lo muestran para que también lo sepas tú. Este es el funcionamiento más básico -e inofensivo- de los algoritmos. A menos que seas un maniaco de las compras, aquí no hay nada que temer.
Vayamos a un ejemplo escabroso: los algoritmos detectan los temas que te interesan, con qué estás de acuerdo y con qué no; y le dan preferencia a aquellos a los que eres afín, metiéndote a una burbuja sin que lo sepas, haciendo que parezca que los que opinan diferente a ti son minoría. Ejemplo: Tú eres un panista en desacuerdo con López Obrador. Los algoritmos de Facebook lo saben y te ocultan cualquier publicación que lo apoye: tanto de tus amigos cómo de otros medios, dándote la ilusión de que hay muy pocas personas a favor de AMLO (cuando en realidad es medio país).
Los algoritmos sesgan y hacen creer realidades distorsionadas… No sólo en política y no sólo a ti, sino a sus 2 mil millones de usuarios (¿ahora entiendes un poco del porqué de la polarización en Internet?). Sin embargo, el problema es más profundo que eso.
Pero de eso y más hablaremos en otra entrega…
Comentarios