El inglés Dave Trott es una de las leyendas vivientes de la publicidad. Con frecuencia publica breves y hermosos artículos en Campaign, por si los quieren disfrutar. Los temas de sus notas, obviamente, suelen ser publicitarios; pero hace poco escribió sobre otra cuestión bastante más importante, y yo me permití traducir su artículo. Aquí está.
Cuando era adolescente, vivía en casa con mis padres. Cada vez que había elecciones, veía a mamá y papá reproducir la misma rutina. Mamá esperaba a que papá volviera del trabajo y se iban caminando juntos al lugar de votación. Papá siempre votaba a los conservadores, mamá siempre votaba a los laboristas. Después volvían a casa y mamá le preparaba el té a papá mientras él leía el diario. Nunca discutían sobre política.
Todos los años pasaba lo mismo: mamá votaba laboristas y papá votaba conservadores. Una vez le pregunté a mamá por qué se molestaban en ir a votar. Lo único que hacían era anularse el voto mutuamente. ¿Por qué no se quedaban en casa? Iba a tener exactamente el mismo efecto.
Primero mamá se quedó en silencio, después se enojó. Dijo “acabamos de pasar por una guerra en la que muchos hombres murieron por nuestro derecho a votar. Es por ellos que tenemos la posibilidad de votar mientras que otros países no la tienen. Por eso vamos a votar. No solo para influir sobre el resultado. Vamos para ejercer la libertad por la que pelearon esos hombres. No importa cómo votemos, eso depende de cada persona. Pero lo que importa es que votemos. Porque hubo gente que luchó y murió por ello. Y si ni siquiera nos vamos a tomar la molestia de ir a votar, bueno… Me parecería algo terrible”.
Cuando mamá me dijo eso, me sentí humillado. Nunca había pensado en el voto como una demostración de libertad. Como muchos otros de mi generación, lo veía como una manera de obtener el resultado que yo quería. De manipular los votos para que asuma el gobierno correcto. Pero mamá no lo veía así. Para ella, lo importante era que, gane quien gane, haya sido elegido por gente libre, y que todos puedan emitir su opinión. Los pobres y los ricos. Una persona, un voto. Ella y papá no estaban de acuerdo en cuál era el mejor gobierno. Pero eso estaba bien siempre y cuando todos pudieran opinar. Siempre y cuando todos tuvieran la libertad de elegir. Siempre y cuando fuera justo.
Hoy, cada vez que hay elecciones pienso en mi mamá. Y pienso qué diferente es todo. Veo al Daily Mail enfrentado con The Guardian, y todos sus insultos. Veo a todos actuando como si un voto para el otro bando fuera una traición a la decencia humana. Como si los que votan a los otros fueran todos ignorantes y malvados. Y me doy cuenta de que ya no tenemos una democracia en el sentido en que mi mamá la pensaba. Lo que tenemos son hinchas de fútbol. Mi equipo es perfecto y el tuyo es una mierda, siempre. No es racional, es puramente emocional.
Después de las últimas elecciones, vi una publicación en Facebook de alguien que me cae bien. Una persona de nuestra industria, muy inteligente, muy senior. Decía “si sos mi amigo y votaste por esas mierdas de los conservadores, por favor dejá de ser mi amigo ahora mismo. No quiero conocerte”. Yo me sorprendí mucho. Esta persona fue a una de las universidades más distinguidas. Es alguien que tuvo la mejor educación que este país puede ofrecer. Alguien que ha dirigido algunas de las mejores agencias de Londres. Pero también es alguien que no quiere jugar a la democracia a menos que pueda salirse con la suya.
Mi mamá nunca tuvo una educación como esa. Pero creo que prefiero su concepto de la democracia.
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